Fábrica de solitarios

Desde el punto de vista sociológico me parece que el principal rasgo de nuestro tiempo es ser una fábrica de solitarios forzosos. Un individuo por sí mismo no hace mucho, quien lo moldea es la época, el ambiente. Nadie puede sustraerse a esa fuerza poderosa que ejerce la sociedad. Y la sociedad actual quiere acobardarnos, apocarnos, hacernos mezquinos; tiende a reducirnos en nuestra esfera de comodidad individual. En la soledad de nuestra celda solipsista escuchamos canciones que nos hablan de amor. Acaso derramemos una lágrima, tal vez aún nos quede un ápice de sensibilidad, pero estamos solos. No creo que exista hoy un movimiento colectivo verdaderamente espontáneo, un movimiento que no esté dirigido desde el poder. Creo que este rasgo está profundizado y reforzado por la tecnología: la irrupción de internet y los teléfonos móviles (vuelvo a mi caballo de batalla) nos disgrega hasta un punto que no llegamos a imaginar. Somos testigos diarios de la adicción que tenemos por estos dispositivos. ¿Quién no ha visto un grupo de personas que no se hablan entre sí, sino que están abismadas cada una en la pantalla de su móvil? Esto altera nuestros vínculos con los demás, nuestra forma de relacionarnos con el prójimo (y empleo a propósito esta palabra) es cada vez más abstracta. Desde la publicidad se nos ofrecen vías de escape a este hormiguero, formas de distinguirnos de la masa, ventajas de todo tipo (una ventaja implica una carrera entre iguales). Este triunfo de la individualización tiene consecuencias demoledoras: en el mundo laboral ha conseguido que los trabajadores pierdan la solidaridad, que cada uno busque su propio beneficio, lo que les hace totalmente vulnerables al arbitrario poder de los empresarios. El lema de nuestra sociedad es "sálvese quien pueda". En el aspecto moral son visibles los estragos de este individualismo: una forma de autodefensa ante la agresión es el cinismo, la burla que suscitan sentimientos nobles como el amor, la ternura o la delicadeza. Hoy se libra una batalla entre el brutalismo del macho (que se siente amenazado en su poder hegemónico) y el feminismo civilizado. Quien hace alarde de bravuconería, quien ensalza la fuerza bruta, quien amedrenta a sus prójimos, además de ser primitivo y estúpido, esconde miedo e inseguridad.

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