En nuestro tiempo se insiste en la formación pero se quita valor a la experiencia, al conocimiento que da la experiencia. La teoría se impone a la práctica. Lo que hace bueno a un médico, zapatero, mecánico, modista, marino, profesor, albañil, actriz o a un piloto es la experiencia en el oficio. Dentro de cada oficio existe, como en todo, una mayoría mediocre y algunos excelentes, pero es la persona la que atesora ese conocimiento. Esto ya no es así. Nos han vaciado de experiencia, se nos somete a la llamada "formación continua" a base de cursos preparados por equipos que no conocen la realidad del trabajo, nos obligan a seguir mecánicamente protocolos y burocracias diversas. Algunos de estos cursos se teatralizan como si fueran series de TV de manera que uno no sabe bien si está aprendiendo algo o viendo un melodrama. Hay una insoportable suficiencia en todo esto: el ignorante pretende enseñar al que conoce el trabajo. Por desgracia nos creemos esta mentira.
Por otra parte, la robotización o la automatización hace que muchos trabajos desempeñados por humanos sean superfluos. Dentro de poco nos quedaremos sin habilidades profesionales, desvalidos en un mundo de máquinas inteligentes y humanos idiotizados. Esta profecía, por otra parte, es ya bastante vieja.
Vivimos en una sociedad cada vez más invasiva, que se cree con derecho a ordenarnos cómo debemos comportarnos, que entra en terrenos cada vez más íntimos. No se publicita solamente un determinado producto, se nos dice qué tenemos que hacer con nuestros recuerdos, con nuestras emociones, cómo debemos ponernos los calcetines, saludar a la gente o educar a nuestros hijos. Nos descubren el Mediterráneo. Por lo visto la experiencia acumulada a lo largo de generaciones ya no sirve de nada.
No hay margen para la iniciativa personal, lo que uno haya podido aprender a lo largo de décadas en su trabajo (y en la vida) no importa. Esto, a mi entender, representa un enorme empobrecimiento de nuestras vidas y también una deshumanización. Si le llevamos unas botas rotas a un zapatero que lleva en el oficio treinta años de seguro sabrá con un golpe de vista cómo arreglarlas. Estamos ante alguien que sabe y por eso infunde respeto. Pero esto sucedía antes, cuando había zapateros remendones. Hoy tiramos las botas rotas y compramos unas nuevas. Al menos esto pretende el sistema.
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