Patología

Casi todos los días paso al lado del pequeño río que cruza una población en la que no vivo pero trabajo. Como el trabajo no es vida sino que es algo que hacemos para "ganarnos la vida" parece pertinente esa diferencia. Confieso que no soy de esas personas que siempre han hecho lo que han querido. 
     El pequeño río trae una suficiente corriente de agua, está encauzado por muros de unos 2 metros de altura. Entre las piedras, en algún remanso, hay patos. Debo de sentir una extraña pasión por estas aves. Me llaman mucho la atención. Son animales muy graciosos. Yo me quedo a menudo mirándolos, me paro para observarlos. Estoy seguro de que un niño asociaría este pueblo con sus patos. Ellos nadan con elegancia, vuelan muy bien -un vuelo nervioso, agitan muy rápido las alas- andando son muy torpes. Graciosa torpeza. Hay personas a las que les pasa algo semejante: se manejan mal en sociedad -que sería como ir a ras de suelo- pero en su pensamiento -en el vuelo del pensamiento- pueden estar conversando con Platón. Como el Albatros, de Baudelaire. 
       Si esta atracción por los patos es motivo de tratamiento declaro que tengo una patología.

Todos tontos

En nuestro tiempo se insiste en la formación pero se quita valor a la experiencia, al conocimiento que da la experiencia.  La teoría se impone a la práctica. Lo que hace bueno a un médico, zapatero, mecánico, modista, marino, profesor, albañil, actriz o a un piloto es la experiencia en el oficio. Dentro de cada oficio existe, como en todo, una mayoría mediocre y algunos excelentes, pero es la persona la que atesora ese conocimiento. Esto ya no es así. Nos han vaciado de experiencia, se nos somete a la llamada "formación continua" a base de cursos preparados por equipos que no conocen la realidad del trabajo, nos obligan a seguir mecánicamente protocolos y burocracias diversas. Algunos de estos cursos se teatralizan como si fueran series de TV de manera que uno no sabe bien si está aprendiendo algo o viendo un melodrama. Hay una insoportable suficiencia en todo esto: el ignorante  pretende enseñar al que conoce el trabajo. Por desgracia nos creemos esta mentira.
    Por otra parte, la robotización o la automatización hace que muchos trabajos desempeñados por humanos sean superfluos. Dentro de poco nos quedaremos sin habilidades profesionales, desvalidos en un mundo de máquinas inteligentes y humanos idiotizados. Esta profecía, por otra parte, es ya bastante vieja. 
    Vivimos en una sociedad cada vez más invasiva, que se cree con derecho a ordenarnos cómo debemos comportarnos, que entra en terrenos cada vez más íntimos. No se publicita solamente un determinado producto, se nos dice qué tenemos que hacer con nuestros recuerdos, con nuestras emociones, cómo debemos ponernos los calcetines, saludar a la gente o educar a nuestros hijos. Nos descubren el Mediterráneo. Por lo visto la experiencia acumulada a lo largo de generaciones ya no sirve de nada.
    No hay margen para la iniciativa personal, lo que uno haya podido aprender a lo largo de décadas en su trabajo (y en la vida) no importa. Esto, a mi entender, representa un enorme empobrecimiento de nuestras vidas y también una deshumanización. Si le llevamos unas botas rotas a un zapatero que lleva en el oficio treinta años de seguro sabrá con un golpe de vista cómo arreglarlas. Estamos ante alguien que sabe y por eso infunde respeto. Pero esto sucedía antes, cuando había zapateros remendones. Hoy tiramos las botas rotas y compramos unas nuevas. Al menos esto pretende el sistema. 

Siempre pensando en lo único

Recuerdo la primera vez, yo era un niño, que vi a una pareja realizando el acto sexual. Era verano, en una playa. Algo extraño hacían, lo vi como un comportamiento raro. Estaban muy a la vista, así que no fui yo sólo quien les vio. La gente se reía, algunos quizá se ofendieran, en general había nerviosismo. Como se sabe es el secreto mejor guardado: todos piensan en el acto sexual, casi continuamente, pero lo esconden por vergüenza. Los humanos somos, por lo general, de una voracidad sexual insaciable. Sin embargo, una pareja enganchada en plena calle o en una oficina no es algo que se vea todos los días. Siempre ha sido éste un tema muy delicado. Algunos afirman que existe desorden sexual en nuestras sociedades. ¿No lo había en el pasado? El asunto genital siempre ha sido motivo de escándalo. Creo que los humanos sienten vergüenza del acto sexual igual que reconocen que son mortales. Si no me equivoco en las tribus más primitivas (los buenos salvajes) también se da este pudor, los ayuntamientos se realizaban en lugares apartados o al amparo de la noche (la noche es de los amantes y los ladrones). Aunque fueran casi desnudos en su vida cotidiana. No existe, creo, ninguna sociedad que tenga una relación natural con el sexo. Si nos fijamos las conversaciones están llenas de alusiones al acto sexual. Casi todas las miradas que los humanos tienden en torno suyo, si se encuentran en sociedad, tienen un punto lascivo. Somos cuerpos y el instinto es poderoso. De haber un general desorden sexual la vida productiva, la seriedad del trabajo, sería imposible. Por eso, tal vez, nos reprimimos. ¡Tardaba en aparecer esa palabra! Represión. Aquí encontramos a Freud y su descubrimiento del inconsciente. Según Freud todo lo mueve el sexo. Un autor contemporáneo suyo, también vienés, Arthur Schnitzler, escribió obras de teatro y relatos sobre el asunto venéreo. Sobre ellos cayó la indignación hipócrita de la gente formal. Pero todos somos de barro y caemos en la tentación. Como dice el sabio refrán: "el hombre es fuego, la mujer estopa, llega el diablo y sopla" Naturalizar el sexo, tratarlo como algo inocente, no me parece posible. El erotismo es una araña peluda, siempre tiene un componente subversivo e inquietante que se relaciona con la muerte. Es un tema recurrente en el cine sicalíptico de Buñuel. Erotismo y muerte: ambos son tabúes. Uno de los pensadores que mejor trató esta cuestión es Georges Bataille. Como dice el chiste: "siempre pensando en lo único" por decir "siempre pensando en lo mismo".

Naturaleza

Coinciden Leopardi y Turgueniev en su visión de la naturaleza, a la que personifican e interpelan. El italiano en su Dialogo della Natura e di un islandese y el ruso en un poema en prosa titulado Naturaleza. Ambos se la imaginan como una mujer de aspecto tenebroso, una figura colosal e imponente. Leopardi le habla por boca de un islandés, Turgueniev en primera persona. Coinciden porque los dos muestran a la naturaleza como totalmente indiferente al género humano. Para ella el hombre es una más de sus criaturas, tan valiosa como un gusano o una mosca. Es una visión elevada, pesimista y también intempestiva (nada actual). La naturaleza es generación y corrupción, absoluto derroche de criaturas. Es un proceso enloquecido de nacimientos y muertes. Por eso para el hombre no puede haber más salvación que en lo sobrenatural. Si no hay trascendencia "un cielo nuevo y una tierra nueva" entonces somos totalmente miserables, piensa la religión. 
      En nuestro tiempo la naturaleza no es esa mujer terrorífica, de mirada helada y penetrante. Se ha operado una curiosa metamorfosis. Hoy es una niña indefensa a la que los hombres estamos destruyendo. Así la ve la conciencia ecológica. Así se la imagina -ingenuamente- un activista de Greenpeace. Podemos, ciertamente, envenenar los mares y el aire, arrasar los bosques del Amazonas, extinguir centenares de especies, consumar otros chernobiles y acabar con nosotros mismos también. Pero a la naturaleza, en el sentido profundo que le dan Leopardi y Turgueniev, no le hacemos el menor rasguño. Creer lo contrario es otra vanidad por nuestra parte.

La hora de la renuncia

El mundo es nuestro cuerpo, digo esto con permiso de Schopenhauer. Quiero decir que esta "representación" (el mundo es mi representación) está determinada por la edad y la salud de la máquina que somos. De niños todo es nuevo, de jóvenes nos posee el amor, de adultos la ambición y de viejos los achaques. Es curiosa la inmensa diferencia que existe entre los hombres en lo que respecta a esto. Estamos todos revueltos. Cambiamos cada minuto. Se cruzan los felices con los desesperados, los sanos con los enfermos, los que empiezan la vida con los que la terminan. Algunos beben a grandes tragos la vida, es su época solar, se creen indestructibles. Otros vegetan, vencidos, se limitan a durar y acaso desean la muerte. De ahí resulta un enorme malentendido: nadie conoce a nadie. Creo que Pavese, que era muy fino, decía que algunos hombres llevan un cáncer secreto que les roe por dentro. No sé si la cita es exacta o aproximada. Quizá un buscador automático de plagios descubra la cita que busco. De Pavese hay una cita estupenda que sí voy a citar correctamente: Gli uomini che hanno una tempestosa vita interiore e non cercano sfogo o nei discorsi o nella scrittura, sono semplicemente uomini che non hanno una tempestosa vita interiore. A mí no deja de sorprenderme la alegría y la seguridad con la que parecen -parecen- vivir algunos. Está muy bien y me alegro por ellos. No conocen todavía "el otro lado del jardín" que creo decía Wilde.
         Esto me recuerda un admirable ensayo de Bertrand Russel, "El culto del hombre libre" donde se dice:  A todo hombre le llega, tarde o temprano, la gran renuncia. Para los jóvenes no hay nada inalcanzable; un objeto bueno deseado con toda la fuerza de una voluntad apasionada, y sin embargo imposible, no les resulta verosímil. Con todo, a través de la muerte, la enfermedad, la pobreza o la llamada del deber, debemos aprender todos que el mundo no se hizo para nosotros y que, por hermosas que sean las cosas que anhelamos, el destino puede vedárnoslas. Es cuestión de valor, cuando llega la mala suerte, soportar sin desconsuelo la ruina de nuestras esperanzas, apartar nuestros pensamientos de vanos lamentos. Este grado de sumisión al poder no sólo es justo y necesario: es la puerta misma de la sabiduría. 

Known unto God

La soledad es una enfermedad propia nuestro tiempo. Es el tormento silencioso de millones de personas, estoy seguro. Cada vez mueren solas más personas. Lo tristísimo de esta situación es que nadie les echa de menos, ni siquiera desaparecen, nadie les recuerda antes de morir. En vida eran insignificantes así que no mueren para nadie. Algunas de estas personas -que han llegado al más alto grado de anonimidad- se descubren por el tufo de la putrefacción (la peste que despide la corrupción de nuestro cuerpo bastaría para aniquilar nuestra vanidad). Otros se encuentran por casualidad, momificados, años después de su muerte. En la vida masifiada se nos priva de la "muerte propia", que decía Rilke ante la vista de un hospital parisino en Los cuadernos de Malte y en alguno de sus poemas. Antiguamente quien quería huir del mundo (hoy es imposible, la masa que somos es invasiva) se retiraba al yermo. Ya no hace falta: basta vivir en una colmena de una ciudad cualquiera, ni siquiera tiene por qué ser populosa. El ritmo de vida es tal que hasta en las ciudades de provincias se puede pasar inadvertido. El viento social nos arrastra como átomos dispersos. Hacinados, apilados en edificios grises y uniformes, unos miserables metros cuadrados son nuestra Tebaida. Nuestra tumba. "La República independiente de mi casa" como dice el slogan del felpudo de IKEA. Qué siniestra ironía. En las tumbas de soldados de la Commonwealth caídos en combate en la Primera Guerra Mundial y que no llegaron a identificarse la lápida reza: Known unto God (verso elegido por Kipling, leo en wikipedia). Podría escribirse eso en muchos buzones. Miro una de estas colmenas, celdas de eremitas sin Dios, edificios de ocho o diez plantas. Se oye el vuelo bajo de un avión, el rumor del tráfico. Me pregunto cuántos viven solos, acaso con la compañía de un perro o un gato. ¡Cuánta angustia, miedo, deseos frustrados, nostalgia, cansancio, fracaso caben en tanta insignificancia! ¿Es que ni siquiera ser insignificantes nos libra del dolor? ¿Ni ese remedio tenemos? 
         La vista es tan desoladora como la del Cementerio en la ciudad del poema de Luis Cernuda. Cambio ligeramente los versos finales: 
 
...vivos anónimos.
Sosegaos, vivid; vivid, si es que podéis.
Acaso Dios también se olvida de vosotros

Un Brexit en el siglo XVII

Newton tenía 24 años cuando inventó el cálculo infinitesimal -que él llamó "método de fluxiones"- al mismo tiempo que descubrió la ley de la gravitación universal. Del cálculo infinitesimal otros matemáticos habían tenido ideas, atisbos, pero no llegaron al fondo de la cuestión. Esto sucedió hacia 1665-1666. 24 años: a esa edad Newton ya había hecho lo suficiente para pasar a la historia como uno de los mayores genios. Un monstruo. Sin embargo dejó en secreto sus descubrimientos. Unos diez años después, otro joven, un alemán de 29 años llamado Leibniz seguía la misma pista que Newton. En París recibió clases de Christian Huygens, un matemático y físico holandés de primer orden. Leibniz pudo leer un trabajo de Newton escrito en latín De analysi en el que había indicaciones para la invención del cálculo. Es una historia curiosa. Newton y Leibniz nunca llegaron a encontrarse. Leibniz tardó dos meses en inventar el mismo cálculo que diez años antes había inventado Newton. Esto fue en 1676. La notación de Leibniz es más operativa que la de Newton -además llegó a formular el Teorema fundamental del Cálculo (la derivación e integración de una función son operaciones inversas)- es decir, que su versión es la que se usa hasta hoy. Pero Leibniz publicó sus trabajos, en vez de guardárselos para él solo, como hizo Newton. A partir de aquí comienza la disputa por esta invención "una de las mayores gigantomaquias que en el mundo han sido" creo que dijo Ortega y Gasset. Tanto Newton como Leibniz pretendían ser considerados como los inventores de esta genial herramienta matemática. Aunque cuatro años más joven Leibniz murió diez años antes que Newton. En su época Leibniz fue el que perdió la batalla.
       "Fui yo" "No, fui yo" "Mentira, fui yo" "Yo lo descubrí antes aunque no lo publiqué". No fue sólo asunto de estos dos genios, muchos echaron leña al fuego: los matemáticos británicos apoyaron a Newton y los continentales a Leibniz. Fue un Brexit, uno de los varios que hubo en la historia de las relaciones entre esa isla y Europa.