En nuestra época ya no miramos con confianza al futuro, todo lo contrario, lo miramos con temor, con recelo. No hace falta recordar al omnipresente Orwell. Después de perder el edén del pasado mítico no tenemos tampoco futuro. La situación es incómoda. Nuestro futuro parece un terreno donde combinar pesadillas. El pasado es un festín caníbal (el siglo XX y sus masacres) que se nos indigesta. Nos vendría bien un lavado de estómago.
La tecnología abre la puerta a posibilidades siniestras o por lo menos perturbadoras. Un ejemplo: las grandes empresas tecnológicas Facebook, Apple, Amazon, Netflix y Google (FAANG), que manejan una inmensa cantidad de datos, pretenden ahora (esto acaba de anunciar Apple) dar el salto a los servicios. Apple anuncia una tarjeta de crédito; es decir, pueden convertirse en entidades financieras. ¿Cómo va a regularse esto?
Como se sabe los bancos presumen de sus app, de su "digilosofía" (filosofía digital), pero al lado de los FAANG no tienen nada que hacer. Es como si un cojo presumiera de velocista ante Usain Bolt.
Nadie sabe hacia dónde vamos. Creo que cualquier persona sensata barrunta que vamos por mal camino. Esperemos que el futuro tarde en llegar lo máximo posible. Aunque me temo que se nos echa encima. "El hombre ha muerto", dijo Foucault. Tal vez esto abra nuevas posibilidades de libertad. Pero lo dudo. Nuestra teología es la tecnología.