Se encuentran casualmente entre los lácteos y la panadería; enfrente del pasillo de la lejía y los productos de limpieza. En ese templo de la abundancia y del recreo del intestino. En ese aquelarre de la sociedad de consumo y el cloroformo. No estamos en Venezuela. -¿Qué hace esta mosca aquí? -Vaya, el que faltaba. Se frotan el hocico. Se tocan con las antenas. Se dan la mano. Sonríen. -Tienes buen color, desgraciado. -Estás cada vez más delgado, da grima verte. Tras diez segundos de diarrea verbal ("sus fórmulas de lorito real" dijo el poeta, "monstruo gris, gris profundo, profundamente oculta sus amores, sus odios...") ya están hartos el uno del otro. La situación es violenta. El que tiene menos vergüenza y más habilidad social simula con una amistosa palmada en el hombro del conocido el manotazo con el que se espanta a una mosca: -vete ya, me molestas. Con esa brusquedad se termina el cordial diálogo, no precisamente platónico. ¿Quién tendrá el orgullo y la franqueza de un Diógenes? Te escupo a la cara porque es lo único sucio que veo. ¡Ah, Chéjov! ¡Ah, humanidad!
La franqueza Es para los AMIGOS y sereS QUERIDOS. los dmas solo merecen diplomacia
ResponderEliminarEstoy de acuerdo. Que hoy parece que todos somos amigos del alma y me temo que no es verdad.
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