De vuelta del paseo por esta pequeña ciudad lluviosa reparé en que hace tiempo que no veo por las calles del antiguo a un catedrático emérito de Geografía de la Universidad de Oviedo, el profesor Quirós. Era un hombre barbicano, que llevaba boina, solitario, silencioso, tenía un aire triste. Una vez coincidimos en la barra de una cafetería: se sentó a mi lado, tomó un vino y se fue. Le conocía de vista, nunca le traté ni fue alumno suyo (era una eminencia en Geografía, uno de esos raros sabios del ámbito universitario). ¿Y por qué me llamaba la atención al verlo como me llamó hoy la atención el dejar de verle? Había sido profesor de Carmen cuando ella estudiaba Geografía en la Universidad y llegó a licenciarse. Mediados de los años ochenta. En alguna ocasión me habló de él. La estoy viendo ahora imitando a este hombre socarrón que a Carmen le imponía mucho respeto. Como internet resuelve muchos misterios, escribí su nombre en google, con un pálpito. Si dejamos de ver un tiempo a una persona vieja es muy probable que no volvamos a verla nunca más. Nunca más. Nunca más. Y eso, efectivamente, fue. Vi la noticia de su muerte en los diarios regionales ocurrida hace poco más de un mes. Era un hombre discreto, con cierta fama de huraño. Otro hilo que se pierde en la eternidad. Descanse en paz.
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