Noche serena

Subo de excursión con mi familia al puerto de San Lorenzo (1.327 m). Son las once y media de la noche. Me acompañan mi mujer (con la que no tengo relaciones desde hace meses) y mis dos hijos (la niña de 13 años a la que sorprendí viendo pornografía en el móvil) y el niño de 7 (al que abandono a su suerte frente a la TV durante horas). Mi hogar son gritos, facturas, farsas de reconciliación, ternura torpe, apuros económicos, visitas diarias al centro comercial, vacaciones en la costa, televisión, telediarios, grupos de padres de whatsapp, sonrisas a los vecinos, masturbaciones, comida para perros, facebook, ruido. Para salir de la rutina he llevado a mi mujer y a mis dos hijos al puerto San Lorenzo. Un poco de montaña les vendrá bien, cierto que la hora es poco acostumbrada y mañana es lunes. El cielo está despejado. La bóveda celeste. Le digo a mi hija: "mira, ése es Júpiter". Tengo que abofetearla. Dejamos el coche a dos kilómetros, demasiado lejos para recuperarlo. Vemos pasar aviones continuamente. Empieza a hacer bastante frío. Mi mujer me pregunta a gritos: "¿para qué nos trajiste aquí, imbécil?" Mis hijos se asustan, empiezan a llorar. No volveremos más a casa. No volveremos más a casa. Nos quedaremos los cuatro aquí, juntos, para siempre, lejos del mal, bajo la noche serena.

Otro hilo que se pierde

De vuelta del paseo por esta pequeña ciudad lluviosa reparé en que hace tiempo que no veo por las calles del antiguo a un catedrático emérito de Geografía de la Universidad de Oviedo, el profesor Quirós. Era un hombre barbicano, que llevaba boina, solitario, silencioso, tenía un aire triste. Una vez coincidimos en la barra de una cafetería: se sentó a mi lado, tomó un vino y se fue. Le conocía de vista, nunca le traté ni fue alumno suyo (era una eminencia en Geografía, uno de esos raros sabios del ámbito universitario). ¿Y por qué me llamaba la atención al verlo como me llamó hoy la atención el dejar de verle? Había sido profesor de Carmen cuando ella estudiaba Geografía en la Universidad y llegó a licenciarse. Mediados de los años ochenta. En alguna ocasión me habló de él. La estoy viendo ahora imitando a este hombre socarrón que a Carmen le imponía mucho respeto. Como internet resuelve muchos misterios, escribí su nombre en google, con un pálpito. Si dejamos de ver un tiempo a una persona vieja es muy probable que no volvamos a verla nunca más. Nunca más. Nunca más. Y eso, efectivamente, fue. Vi la noticia de su muerte en los diarios regionales ocurrida hace poco más de un mes. Era un hombre discreto, con cierta fama de huraño. Otro hilo que se pierde en la eternidad. Descanse en paz.

Recapitulación

Hay intelectuales que consideran que internet da oportunidad a cualquier imbécil de manifestar sus opiniones o escribir sus mamarrachadas. Una de las posibilidades que tiene cualquier imbécil es la muy sabrosa de llevar un blog (que parece que está en declive, frente a formas más atractivas como facebook o twitter). Y aquí me miro el ombligo y veo que este blog comenzó en el 2012 y que a lo tonto a lo tonto lleva seis años. Esperaba, cuando comencé, que con el tiempo me daría alguien una ínsula o un condado, en premio de mis valiosas contribuciones a la cultura. Toma, me dije, pues no es fácil la cosa: me pongo a hablar de algún poeta alemán, cito a Baudelaire, opino sobre algún suceso de actualidad, denuncio a Putin, me burlo de Trump, acreciento la fama de algún poeta amigo copiando un poema suyo, traduzco algún texto del alemán o el francés y me veré en un santiamén convertido en una figura de la talla de Umberto Eco, Fernando Savater o el mismo Borges, cargado de prestigio, acrecentada mi fama y apartando a los admirados lectores como si fueran moscas. Esto era cuando se me ocurrió la bendita idea de abrir un blog. Como el que no se consuela es porque no quiere me digo a mí mismo que tengo muy pocos lectores, pero que qué buenos son. Y si dejan comentarios (sobre todo si son anónimos) doy palmas de alegría.
     Y digo, declaro y certifico, a ese puñado de lectores míos, que "El Quijote" -que estoy leyendo estos días- es el mejor libro de cuantos se han escrito. Y que el que quiera leerlo que lo lea, y el que no que no lo haga, que nadie tiene obligación pero eso que se pierde y más estando escrito en la lengua que mamamos con la leche que nos dieron. Y que Dios os dé salud y a mí no olvide. Vale.

Rasgos fundamentales de nuestra época

Muy pretencioso sería uno si se figurara resolver un problema tan arduo como el de señalar los rasgos fundamentales del tiempo presente. Que los tiene, estoy seguro. ¿Cuáles son? Descubrirlos es harina de otro costal. Porque, ¿de qué rasgos hablamos? ¿Y qué sociedad consideramos? ¿Son rasgos universales; es decir, pueden servir para la Patagonia lo mismo que para una provincia interior de China o un archipiélago del Pacífico? Al plantear esta cuestión asoma el que podría ser un rasgo interesante: que ese rasgo o característica se puede suponer extendido a toda la redondez de la Tierra. Cada habitante de este planeta siente -de una forma más o menos consciente- que la Tierra se nos está quedando pequeña. Van desapareciendo -si queda alguna todavía- aquellas sociedades minoritarias, débiles, digamos "primitivas" para entendernos, que podrían servir como espejo; un espejo que permitía distinguir mejor unas culturas de otras. Tengo edad suficiente para haber conocido, aunque algo atenuada, la cultura rural del campo asturiano. Era otro mundo. Hoy puede uno estar en lo profundo de un bosque apartado y oír sobre su cabeza el paso continuo de los aviones mientras recibe mensajes en el móvil. El desdichado Cardenio del Quijote, que se retiró a las soledades de Sierra Morena por un amor desgraciado, estaría hoy perfectamente localizable... y a tratamiento.
A propósito de esto, recuerdo un par de textos que Paul Valéry escribió en 1919, titulados "La crisis del espíritu". Valéry habla, con admirable lucidez, de un universal y definitivo hormiguero. 
Voy al grano. Los rasgos que observo son: dominio absoluto de la ciencia y la tecnología; escepticismo creciente ante la idea de progreso; individualismo exacerbado; inquietante tendencia inquisitorial en materia de corrección política; una abrumadora cantidad de información que confunde; relación conflictiva con el pasado (especialmente el que se refiere a las atrocidades del siglo XX); incapacidad para la concentración, la reflexión y el silencio; sentimiento de exilio en relación a la naturaleza.
No sé si se me escapa algún rasgo más ni si estos que he señalado son los correctos. Lo único que sé es que ahora, mientras fumo un puro en mi exigua vivienda (o morienda) y empieza a oscurecer, intento comprender en qué clase de mundo vivo. La vida es frágil y breve. Me refiero a nuestra vida individual, la tuya y la mía. La desaparición de una hormiga no altera en absoluto la actividad frenética del hormiguero.