El antropólogo sueco Gunnar Gustavsson (1910-1967) escribió a finales de los años 40, anticipándose a la posmodernidad, que las relaciones humanas iban a convertirse en un plazo muy breve en algo cada vez más fantasmagórico, siniestro y abstracto y que esta nueva forma de relacionarse iba a ser origen de serios trastornos mentales. Las causas de esta transformación serían la industrialización, la tecnología, las aglomeraciones urbanas, la sociedad de consumo y las dos guerras mundiales que, según él, redujeron el valor del individuo a cero. Gustavsson está muy próximo a la crítica de la Escuela de Francfort, pero es más incisivo aún. A Theodor W. Adorno lo llamaba burlonamente "el mantecoso Teddy". Se puede entender que un pensador "excéntrico" que observaba el mundo y sus cambios desde Escandinavia tuviera esta lucidez. Con distancia se analizan mejor las cosas. Vendrá el día, afirmaba, en que los individuos, reducidos a egos cibernéticos, finjan construir, en una operación de formidable autoengaño, relaciones amistosas o eróticas a través de los medios que les ofrezca la tecnología (¿tendría en mente internet y las redes sociales?). A Gustavsson, que se declaraba "reaccionario", el esfuerzo inútil y agotador de los egos cibernéticos por establecer y prolongar relaciones sentimentales mediatizadas por la tecnología le parecía horroroso. "Cuida de tus hijos y olvida los fantasmas románticos" solía repetir. También veía en estos medios la posibilidad de calumniar, difamar, ofender y herir impunemente amparándose en el anonimato. "Es más mil veces más sano, solía decir a sus alumnos, discutir acaloradamente (se entiende que sin violencia) con alguien presente y concreto que viva en tu pueblo que felicitarle el Año Nuevo a una comunidad abstracta de egos que ni conoces ni te importan"
Habló de la "fractura moral" que esta clase de relaciones iba a producir. Otras expresiones que acuñó fueron "el eclipse del amor" y "trampa sentimental" Hoy estamos de lleno en ese universo tenebroso y confuso que vislumbró Gustavsson. Este antropólogo murió corneado por un reno en diciembre de 1967. El instituto de ciencias sociales de Upsala lleva su nombre.
Un profeta al que nadie hizo caso, como a otros tantos. Y así caminamos ciegos al precipicio.
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