Cada vez que veo a un director de orquesta realizando su mágico y solemne oficio no puedo dejar de recordar las maliciosas palabras que les dedica Elias Canetti en Masa y Poder:
No hay expresión más vívida del poder que la actividad del director de orquesta. (...) Durante la ejecución, el director es un guía para la muchedumbre de la sala. Está a su cabeza y le ha vuelto la espalda. (...) Su mirada es tan intensa como sea posible, abarca la orquesta entera. Cada integrante se siente observado por él; más aún: escuchado por él. Las voces de los instrumentos son las opiniones y convicciones a las que presta mayor atención. Él es omnisciente, pues mientras los músicos sólo tienen ante sí sus propias voces, él tiene la partitura completa en la cabeza, o sobre el pupitre. (...) Para la orquesta el director representa así, de hecho, la obra entera, en su simultaneidad y sucesión y como durante la ejecución el mundo no ha de consistir en ninguna otra cosa sino en la obra, durante ese exacto lapso es el señor del mundo.
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