Mozart tenía treinta años cuando escribió esta carta a su padre. Viena, 4 de abril, 1787. Dos años antes de que el viejo mundo estallara por los aires.
Acabo
de saber que estáis bastante enfermo. No tengo necesidad d deciros con
qué ardiente deseo aguardo noticias vuestras que me consuelen; y cuento
con ello, aunque sea mi costumbre imaginar lo peor en cualquier
circunstancia. Puesto que la muerte, bien mirado, es el verdadero
objetivo final de nuestra vida, me he familiarizado tanto, desde hace
algunos años, con esa verdadera y mejor amiga del hombre que su imagen
no sólo nada tiene ya de terrorífica para mí, sino que es incluso, por el contrario, apaciguante y consoladora. Y agradezco a Dios que me haya
concedido la felicidad de tener la ocasión –ya me comprendéis- de
aprender a conocerla como clave de nuestra verdadera felicidad. Nunca me
acuesto sin pensar que, tal vez, por joven que sea, al día siguiente no
existiré ya. Y sin embargo no hay nadie, entre todos los que me
conocen, que pueda decir que soy triste o pesaroso en mi conversación.
Doy gracias a Dios todos los días por esta felicidad, y la deseo de todo
corazón a cada uno de mis semejantes…
Esta noche pasada soñé con mi padre, ya fallecido. En los primeros sueños con él, siempre era joven, iba con traje chaqueta (nunca se lo ponía) y yo le decía que estaba muy guapo.
ResponderEliminarPero en estos sueños últimos, se repite que paso con él el sufrimiento de la muerte, hasta que se va de esta vida. Cuando me despierto estoy tan mal que tales días como hoy, me cuesta llevarlos. Hasta que se me olvida de nuevo y lo recuerdo como él era, sonriente y alegre.
Todavía se le puede decir a Mozart ¡qué triste y taciturno eras! pero ¡qué grande!.
Cuando escucho Radio clásica, la vida de los compositores tiene su drama, y como suele pasar con el arte, ellos lo reflejan en su música. Y detrás de ella, siempre hay historias de amor, desamor, muertes, venganza...