Tengo entre las manos un vaso de cristal muy valioso, una pieza única, de incalculable valor. O eso me parece. ¿Lo dejo caer y que se estrelle en pedazos? Es tan sencillo. En realidad no tengo que hacer nada. ¿Lo dejo caer? Mira que una vez roto, ya no tiene remedio. Bueno, qué más da. ¿Elijo la destrucción? No.
Hace usté pero que muy bien. Destruir es fácil: cualquiera puede hacerlo. Pero no es esa capacidad (que nos iguala a los mafiosos y matones de toda especie) lo que vale algo en nosotros. No es habilitándonos para destruir más o más eficazmente como podemos mejorar o crecer en lo que importa.
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ResponderEliminarJulio César lo hizo bien: se tapó la cara con el manto cuando le cosían a puñaladas.
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