Se han convertido en una atracción turística cada vez más en auge. Los visitantes del Parque Natural quieren ver a los osos pardos en estado salvaje. Tienen derecho, por supuesto. Es el gusto por coleccionar "experiencias interesantes", característico del hombre actual. Por ejemplo, bajar hasta el fondo del Atlántico en batiscafo para ver los restos del Titanic, viajar a Noruega para ver la Aurora Boreal o visitar los campos de batalla de la Primera Guerra Mundial poco después del armisticio, cosa que indignaba a Karl Kraus (la cosa viene de lejos). En las montañas cantábricas vive el oso pardo en la alegre compañía de raposas, rebecos, víboras, lobos, caballos, venados y turistas. Esta avidez de "experiencias interesantes" atrae a esos parajes a cientos de homínidos provistos de prismáticos y otros aparatos ópticos de alta tecnología. Aumenta la población osera y aumenta la afluencia de turistas. Hay que poner cordura. Para eso están los organismos que se dedican al estudio y conservación del plantígrado, que por algo entienden. Si te encuentras con un oso sigue sus consejos: no le tires piedras al oso. Como ha aumentado, por fortuna, la población de osos en los últimos años los problemas, por desgracia, aparecen. Dice el jefe del Servicio de Vida Silvestre que tiene a su vez un jefe que a su vez tiene un jefe que a su vez tiene un jefe: "Cuando aumenta la población de osos, hay más probabilidades de que uno de ellos entre en alguna localidad para buscar comida —a un contenedor, un restaurante, un gallinero—, lo que puede generar alarma. En cuanto vemos que algún ejemplar lo hace más de una vez, activamos el protocolo” ¿Y qué es el protocolo?, pregunta un colegial. La cosa consiste en tender una trampa al incauto animal, anestesiarle y colocarle un collar con GPS, como explica otro jefe, el jefe de la sección de Recursos Naturales. Hay que meter al oso en vereda. Es el tesoro del Parque Natural, cierto, pero puede ser revoltoso. Así es como aparece la figura del "oso problemático" como si de un adolescente se tratara. "Una vez que el oso problemático se mete en el cilindro, científicos y veterinarios se desplazan hasta ahí para dormirlo —sin que el animal los vea—, se le toman muestras de sangre y pelo para ver su estado de salud, y le colocan un collar con GPS que ayuda a entender sus movimientos —lo que ofrece una valiosa fuente de conocimiento— y, sobre todo, adelantarse a sus incursiones una vez liberado" dice el redactor de la noticia. Los turistas hacen excursiones y los osos problemáticos hacen incursiones. En efecto, son "científicos", y no simples mortales, los encargados de atrapar y fichar al oso problemático. Hay un involuntario humorismo en todo esto. La "sociedad de control" se extiende también a los animales salvajes.
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