Meditaciones melancólicas de corte existencialista y clarolunesco como la de la entrada anterior tienen poco que hacer en el mundo contemporáneo. Considero la biografía de Kafka de Reiner Stach, editada por Acantilado. Los libros salen uno tras otro, los dos tomos en tapa dura dentro del estuche. En la imagen (lo veo por internet) se observa la última fase del proceso: las máquinas envuelven en plástico los volúmenes. ¿Qué más da que sean condones, sardinas o biografías de Kafka lo que resulte del procesado? Se podría pensar que esa cadena de montaje, ese automatismo, está al servicio de la "cultura". No seamos ingenuos: la cultura es un negocio, es lo que da de comer a la gente del gremio, aunque la gente del gremio apele al espíritu para vender sus cosas. El espíritu, para que funcione, tiene antes que comer. Primum vivere etc Viendo ese extraño vídeo parecería, por la velocidad de la cinta, que en media hora iban a llenar el mundo de kafkas. Por fin un genio ubicuo, al alcance de todos los hablantes de español. Sí, de todos los que tengan los 85 euros que cuesta el libro. Sobre esto hay una anécdota de Kurt Tucholsky. Este escritor judío de Berlín (que, por cierto, fue tal vez el primero en detectar lo kafkiano en Kafka) recibió una carta de un muchacho lector suyo en la que le decía con encantadora ingenuidad que le deseaba que se muriera para que así sus libros fueran como los de Goethe, que costaban muy poco. Tucholsky, a quien hizo mucha gracia la ocurrencia, se dirigía a su editor Rowolth y terminaba con este aviso: ¡hagan nuestros libros más baratos! Decía el biógrafo Reiner Stach que Kafka se preguntaría por qué nos interesa su fracaso. Lo mismo se pregunta Van Gogh. La posteridad es caprichosa. Son casos excepcionales. Voltaire leyó una Oda a la Posteridad de un oscuro poeta. "No creo que llegue a su destino" sentenció Voltaire. Acertó.
En plena producción de kafkianitos
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