La pantalla de TV con el sempiterno programa de cotilleo donde cuatro analfabetos cotorrean sobre sus miserias morales. Todo sea por ilustrar al pueblo. En el trabajo, a primera hora, un jefe con actitud hostil y mala entraña, que rebuzna:"no estamos aquí para pensar" No se pueden decir palabras más ofensivas que ésas. Quien dice eso es un enemigo. Trabajar y callar. Obediencia ciega. Rebaño de ovejas. El viejo cuento, la vieja historia. No podemos imaginar la cantidad de miedo y humillación que existe en los trabajos. Acabaremos, como ocurrió tantas veces en el pasado, dando gracias por poder respirar. La víctima inocente de un abuso (y esto es terrible) puede llegar a sentir vergüenza de sí misma; por un mecanismo psicológico absolutamente perverso puede llegar a sentirse culpable. De fracaso en fracaso, no tenemos remedio. Para la gente humilde (descontemos los Trump, los Putin, las Familias Reales, por ejemplo) la vida es una penitencia, una larga humillación silenciosa interrumpida por dos o tres alaridos de horror. Si naces pobre debes ser ignorante y resignado, ay de tí si llegas a saber lo que te estás perdiendo. La ignorancia no deja ver la miseria en la que uno vive. Vendrá Goethe y dirá: "prefiero la injusticia al desorden". ¿Qué se puede responder a eso a estas alturas de nuestra degradación como especie? Cuánta pasión, cuánta ilusión, cuánto sacrificio, cuánta crueldad puestos al servicio de ideales que resultaron funestos. Siempre acaban engañados los mismos. Los que mueren y matan por una mentira. ¡Aquello era mentira! Puede ser el comunismo, el fascismo, la cristiandad o, como ahora, el neoliberalismo -así lo llamo a falta de concepto mejor. Todo perfecto. Así hasta el momento en que, solitarios e injustificados, uno por uno, somos absorbidos por el remolino de la muerte.
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