Harto de mí

Estoy harto de mi. Esto, amigo Sancho, lo digo para fastidiar a los psicólogos que se ganan la vida elevando nuestra "autoestima" como si fuera una proteína cualquiera. ¿De dónde habrán sacado esos diablos una idea tan descabellada? No, basta: digamos la verdad, estoy harto de mí. Pero, ¿cómo soportarse una vida entera, desde la cuna hasta la sepultura, sin poder tomarse de vez en cuando vacaciones de uno mismo? Peor cárcel que la de la identidad no hay. Creo que quien nunca estuvo alguna vez harto de sí mismo es un indecente. No confundamos esto con el odio a uno mismo; me refiero, amigo Sancho, a un emoción más tenue, más resignada. "Acéptate como eres", me dicen a coro. ¡No me da la gana! ¡Tengo muchos defectos! El principal de todos: tener los brazos delgados como alambres. Y siempre la misma jeta en el espejo y esta triste figura, que soy flaco como una escoba. El que inventó el espejo, amigo Sancho, envenenó el alma humana. Narcisos, narcisos todos. Me parece de perlas el epitafio de aquel filósofo que dice: "liberado de ser hombre". Tengo a este difunto fuera quien fuera, amigo Sancho, por un gran sabio. "Déjese de cavilaciones, mi señor Don Quijote, y apechugue con quien es sin más murrias ni melancolías, que todos somos hijos de Dios y ha de haber de todo en el mundo. Fíjese usted en mí, ¿creerá vuesa merced que a mi me sienta bien esta panza? Pues con ella me contento y no me cambiaría ni por el mesmo Amadís, ni por el rey de Ingalaterra"

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