Somiedo

El montañero camina borracho de soledad entre las rocas. 
Lo que teme el montañero, de lo que huye, es del estado del mundo. 
Las montañas no son el mundo. No hay lenguaje en las montañas. 
El montañero sabe que es imposible ser un eremita.
El nihilismo de las montañas es más soportable que el odio, el hacinamiento y la degradación humanas. 
El montañero siente pavor por las multitudes, pero no puede quitarse de encima la masa a la que pertenece.
Las montañas son terribles, por eso son hermosas.
Hay dignidad en su soberana indiferencia por la vida y la muerte.
En el lago se refleja la estela de un avión.
El montañero come el bocadillo sentado en una piedra caliza. 
Cualquier panorama de las montañas es su autorretrato. 
El mundo recupera su belleza allí donde no hay restos humanos. 
El montañero encuentra su esqueleto al pie de una pared de rocas, donde nunca da el sol.
El montañero se olvida de que ha sido engendrado.
Se imagina ese paisaje a la luz de la luna llena.
Las montañas le llaman, siente por ellas una atracción irresistible.
A las montañas se va solo.
De las montañas no se regresa.

No hay comentarios:

Publicar un comentario