Las muchas facilidades que nos ofrecen no dejan de ser formas de hacernos la vida imposible. Uno se compra un perro, o se lo encuentra tirado, da igual. Inmediatamente se enamora del animal y se lo lleva consigo. En nuestra competitiva, desquiciada e implacable sociedad, fábrica de solitarios, tener una mascota es un modo de sortear la depresión o cualquier otro trastorno psicológico. Los animales domésticos no nos juzgan, dependen de nosotros, nos hacen compañía. Somos un pequeño dios para ellos. Son un gran remedio, sin duda, ya que vivimos en celdas de aislamiento y la calle es un desierto. Pero como no hay cosa bella en la que este sistema no ponga su pezuña las compañías de seguros se pelean (el negocio es suculento) por vender seguros para mascotas: cuadro veterinario, atención telefónica las 24 horas, soporte vital (o como se diga). ¡Cómo no vamos a asegurarlos si son "uno más de la familia"! ¿Me traigo un gato callejero a casa para que me contagie su indolencia y salvajismo y tengo luego que asegurar al pobre animal? Resulta conmovedor.
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