Leopardi en Roma

Me preguntas si en las dos semanas que llevo en Roma he gozado siquiera un momento de fugitivo placer, de placer robado, previsto o imprevisto, exterior o interior, turbulento o pacífico, o vestido bajo una forma cualquiera. Te responderé en buena consciencia y te juraré que desde que puse el pie en esta ciudad jamás una gota de placer ha caído sobre mi ánimo, excepto en aquellos momentos en que he leído tus cartas, las cuales te digo, sin exageración ninguna, que han sido los momentos más bellos de mi estancia en Roma.
El hombre no puede vivir en absoluto en una gran esfera, porque su fuerza o su facultad de relación es limitada. En una ciudad pequeña podemos aburrirnos, pero al final las relaciones entre hombre y hombre y con las cosas existen, porque la esfera de las mismas relaciones está restringida y es proporcionada a la naturaleza humana. En una ciudad grande el hombre vive sin ninguna relación con aquello que lo rodea, porque la esfera es tan grande que el individuo no la puede llenar, no la puede sentir entorno suyo, y en consecuencia no hay ningún punto de contacto entre ella y él.  De aquí se puede conjeturar cuánto mayor y más terrible es el tedio que se siente en una ciudad grande que en una pequeña ya que la indiferencia, esa horrible pasión, o más bien "despasión" del hombre, tiene verdadera y necesariamente su principal sede en las ciudades grandes, esto es, en las sociedades muy vastas. La facultad sensitiva del hombre en estos lugares se limita sólo a ver.
La única manera de poder vivir en una ciudad grande y que todos, antes o después, están obligados a seguir, es la de hacerse una pequeña esfera de relaciones, permaneciendo en una indiferencia total hacia el resto de la sociedad. En otras palabras: fabricarse dentro como una pequeña ciudad dentro de la grande, permaneciendo inútil e indiferente al individuo todo el resto de la misma gran ciudad.

Leopardi, carta a Carlo Leopardi, 6 diciembre 1822

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