Claro que hay vida... pero en París se está tan bien como un muerto. Cuando abro la ventana no veo más que la pálida, apagada y sosa ciudad, con sus altos y grises tejados de pizarra y sus chimeneas amorfas; veo algo de las Tullerías, y muchos hombres que se olvidan tan pronto dan la vuelta a la esquina. No conozco a ninguno, no amo a ninguno y no sé si amaré a alguno de ellos. Porque en las grandes ciudades los hombres están demasiado escarmentados para ser abiertos, son demasiado finos para ser auténticos. Son actores que se engañan mutuamente, y actúan como si no se dieran cuenta. Pasan fríamente los unos ante los otros, se abren paso por las calles entre un montón de individuos para los que todo es indiferente salvo lo suyo. Antes de tener una impresión, ésta ya ha sido arrastrada por otras diez; nada se liga a nada, nada se liga a nosotros. Se saludan cortésmente, pero aquí el corazón es tan inútil como un pulmón en un campana de vacío, y si se escapa por casualidad una emoción ésta se extingue como el sonido de una flauta en un huracán.
Kleist; carta a Karoline von Schlieben, 18 julio 1801
Que observación tan inteligente la de este romántico suicida. Parece que vive entre nosotros
ResponderEliminarAdemás de narrador y dramaturgo, buen sociólogo.
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