morir que tú destinas
a aquellos que, inocentes y sin culpa,
sin quererlo, abandonas a la vida,
la suerte del que muere es preferible
a la de aquel que siente
morir a los que ama. Que si es cierto,
como creo seguro,
que desdicha es la vida
y una gracia el morir, ¿quién, pues, podría
desear que a los suyos
el instante postrero les llegara,
y quedar al fin solo
y fuera de sí mismo,
y ver desde el umbral cómo se aleja
la persona querida
junto a quien ha pasado tantos años,
y decirle el adiós sin esperanza
de encontrarla de nuevo
por la senda del mundo,
y luego, solitario, abandonado,
mirando en torno los usuales sitios,
recordar la perdida compañía?
¿Cómo, ¡ay! , cómo, natura, no te importa
arrancar de los brazos
del amigo al amigo,
del hermano al hermano,
de los hijos al padre,
del amante a la amada, y, muerto uno,
al otro conservar? ¿Cómo pudiste
hacernos necesario
el dolor de que, amando, sobreviva
al mortal el mortal? Pero natura
jamás en sus acciones
de nuestro mal o nuestro bien se cuida.
Traducción de Diego Navarro
Leopardi es un sabio pesimista, un atento observador de la vida.
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