Gerardo Gracia, empleado

Tarde otoñal de domenica. Paseo solitario por el campo. Caminar serio del flaco cincuentón Gerardo Gracia. Solo, cansado, triste y pensativo. Sin mujer que le riña ni le haga travesuras sexuales. Rumor continuo del tráfico de la autovía cercana. Los perros ladradores detrás de los cercados enseñan los dientes. El cielo color escarlata o'hara. Entre las sombras salta un corzo que desaparece enseñando el trasero. Podría ser su pasado, los recuerdos de una vida anterior cuyo rastro se borra. Al menos uno es libre en estas caminatas por el campo. Como casi todos los empleos actuales son de tipo servicios, con fuerte interacción social, estar unas horas sin solicitar favores de nadie, sin pretender caer simpático, es un alivio enorme. 
"El móvil ha arruinado mi vida" dice de pronto Gerardo Gracia.
Antes del móvil, dice Gerardo Gracia, de 55 años, empleado de banca y vecino de T., yo empleaba gran parte de mi tiempo libre en leer. Lo que soy se lo debo a la lectura. Podía leer largos libros, algunos de los cuales exigían mucho esfuerzo y atención. Desde hace más de diez años esto es imposible. Cada quince minutos, continúa Gerardo, miro el móvil por si tengo algún mensaje nuevo. Totalmente disperso, incapaz de concentración, no se llega a ninguna parte. Si es imposible la lectura cómo será un trabajo intelectual, más o menos creativo. 
Gerardo Gracia trabaja desde hace cuatro años en un pueblo de una cuenca minera cuya industria fue desmantelada hace más de 25 años. Pozos cerrados a cal y canto. "En cuatro años que llevo trabajando en P, sólo he visto una vez a alguien leyendo un libro. Era una mujer. Estaba sentada en el parque"  ¿Cómo es la vida en P.? Considerando que es un pueblo con edificios de hasta ocho plantas, con un parque cuyas malas hierbas son casi tan altas como los edificios y cuyas fachadas son sucias como el agua de los charcos no es de extrañar que a plena luz del día se pueda ver, como he visto hace muy poco, a un joven meando en la calle contra la pared. Estos lugares tienen lo peor de las ciudades sin ninguna de las ventajas de los pueblos. ¿Cuántas horas de sol hay al año en P.? Como está encajonado en un angosto valle fluvial la mayor parte del día se pasa entre sombras. Si miras al norte topas con una pared, si miras al sur lo mismo. ¿Hay algún elemento que recuerde nuestra herencia grecolatina? Lamentablemente, no. ¿Qué se imagina usted? En las viviendas sociales de los años 50 levantadas para los mineros y sus familias no existe ningún tipo de ornamento. Los obreros del inframundo debían trabajar sus ocho horas y volver a sus casas borrachos o serenos, preferentemente borrachos. No esperará usted ni nadie que en ese ambiente surja un catedrático de Derecho. "Esa pobreza material y mental, ¿es culpa de los habitantes?" En parte sí y en parte no, nos dice Gerardo. Como ya no soy joven y me he cargado de tristeza con los años admito que hay cosas que no tienen remedio. Este pueblo no lo tiene. La pobreza no es glamourosa, nadie se fija en esas casas sucias, pobres, destartaladas. Los vecinos van mal vestidos, con ropas que parecen trapos, hablan a gritos, no tienen modales, no son elegantes. Hasta las mujeres son vulgares. Se les deja en un abandono total. La esperanza de vida en este pueblo y alrededores es más corta que en el resto de la región y el país. Se nota que la vida vale menos aquí. Sin duda entre esa tristura y miseria han podido nacer niños con mucho talento, pero la necesidad les ha arruinado la posibilidad de desarrollarlo y se hunden en el anonimato de una vida oscura. La única alternativa de los jóvenes más despiertos, ambiciosos y capaces es marcharse a otro lugar donde puedan aprender, donde les enseñen en un ambiente estimulante y propicio. ¿Con quién va aquí a conversar un chico al que le apasione la filosofía? Le mirarían como a un bicho raro. Aquí los hombres se marchitan. 
Gerardo Gracia es muy pesimista. Siempre está pensando en la muerte. Dice que ese pueblo es deprimente, que contagia tristeza y vulgaridad. Gerardo Gracia, como se ve, atraviesa la famosa crisis de los cincuenta. O es que aún no se ha dejado llevar por la corriente. 

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