El señor Gracia y los antidepresivos

Como todo Zeus sabe vivimos en una sociedad que abusa de los medicamentos. Si hay un negocio que tiene garantizada su pervivencia (aparte de las funerarias) son las farmacias. Hoy todos estamos, incluido los niños, medicalizados y psicologizados. 

Hoy es el aniversario de la muerte de Heinrich von Kleist. Vista desde fuera no, pero desde dentro la muerte de Heinrich von Kleist parece feliz. Se les vio jugar la mañana de su muerte en el parque junto al lago. Noviembre 1811. Debía de hacer mucho frío aquella mañana berlinesa. Seguramente el cielo estaba encapotado. Kleist y Henriette Vogel jugaban pocos momentos antes de darse la muerte. Parecían en estado de euforia. Como decía Reich-Ranicki sólo una vez llamó Kleist la atención en su vida y no fue por ninguna obra literaria, fue por su muerte. 

Por el contrario una muerte muy desgraciada, insoportable, fue la de John von Neumann, el matemático húngaro-estadounidense. Porque a Neumann la vida le sonrió siempre hasta que enfermó. Acabó con él un cáncer a los 53 años. Lo terrible, aparte de los dolores, es que al final el tumor le afectó al cerebro y se daba cuenta de que se mermaban sin remedio sus casi sobrehumanas capacidades intelectuales (era más inteligente que Einstein o cualquier otro genio de su época). Esto tuvo que causarle un tormento particularmente espantoso. Custodiada la puerta de su habitación en el hospital dicen que daba gritos de dolor y desesperación mientras recitaba la tabla de multiplicar, como un niño en el colegio. Como un ordenador que se apaga. 

El señor Gracia está, como todo Zeus, espantando con las noticias que llegan de Gaza. Primero Hamás y su salvaje ataque, después el salvaje ataque de Israel. Han muerto más de 4.000 niños. Es un horror total. ¿Y qué puede hacer el señor Gracia ante tanto horror? ¿Pensar en Kleist, pensar en los gnósticos, hacer ejercicio, practicar sexo, comer sano? Es difícil ser hombre. Quizá no haya en este momento un sólo adulto en la Tierra. ¡A trabajar que somos ceniza, nada más que polvo y ceniza!

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