Sin límites

Suelo escribir estas notas después de la cena. Cada cena, por cierto, es la última cena, por lo menos hasta el día siguiente. Soy uno de los millones de solitarios que desayuna, come, cena y duerme solo casi todos los días. Hay algo de castigo en eso. No me extraña que la palabra "resistencia" esté de moda. Resistencia como manual o incluso como estilo de cocina. Pandémicos o no, nuestra pequeña sociedad planetaria lleva un camino de rosas. Pero nos vamos arreglando, como se arreglan en el Congo o en cualquier otro país en el que la vida de un pobre vale menos que... (convoco a la imaginación para que me proporcione ese algo minúsculo que vale más que la vida de un pobre). No he visto el horror de Gaza o del Congo o de un poblado de chabolas sabe dios dónde; no he vivido en Colombia, ni en México. Poco conozco y conozco demasiado. Hay algo, además de la estupidez (la mía incluida desde luego), para lo que no parece existir límites. 

Será el instinto

No sabemos por qué hemos nacido, ni para qué. No pedimos nacer y moriremos cuando nos llegue la hora. Cada uno de estos centros del universo, en la mayor soledad. Mientras tanto (esos millones de segundos que son nuestra vida) estamos en el mundo sin entenderlo, partículas infinitesimales de la naturaleza y ahora de la sociedad global. Antes para "aniquilar nuestra importancia" tenían el cielo estrellado (Kant), ahora es la propia sociedad humana la que aniquila nuestra importancia, con la diferencia de que el cielo estrellado elevaba el ánimo, mientras que el hormigueo de la masa (menos presente en la calle que en internet) es más humillante que otra cosa. Pasaremos por este mundo sin comprender la inmensa violencia de la naturaleza y la historia; creo que no advertimos, al menos yo no lo advierto, la infinita potencia de creación y destrucción que opera en cada momento. Como dijo el poeta Carlos Marzal: "salvar la piel un día es un milagro" Seremos borrados de la faz de la tierra como si fuéramos un montón de polvo por el huracán terrible que sopla en todo momento. Nos iremos y no habremos entendido para qué nacimos, para qué vivimos, para qué sufrimos y para qué morimos. Como decía otro poeta; "...y seguirán los pájaros cantando..." O no, ya podemos imaginar una aniquilación total de la vida. Existe un nuevo concepto que se refiere al exterminio de toda vida provocado por el hombre: "omnicidio". Sea como sea, que no me distraigan posibles apocalipsis: lo único cierto es que cada uno de nosotros será borrado y olvidado. A vivir, si nos dejan, que son dos días. ¿Podemos entregarnos a un despreocupado hedonismo? Con lo cara que está la luz, lo difícil que es aparcar, el control que ejerce sobre nosotros el Big Data, este frenético ritmo de vida... ¿En serio nos dejarán tranquilos? En absoluto. En el siglo XX, ayer como quien dice, perecieron millones de personas por culpa de guerras y otras catástrofes. Nada indica que esto no vuelva a suceder. No comprendo, la verdad, qué insistencia es la nuestra (la de la especie humana a la que pertenecemos) en crecer y multiplicarnos, aunque no es racional, está arraigada en nosotros, en lo más íntimo de las células, no depende de nosotros: no somos libres. Es más poderosa que la muerte. Será el instinto, qué sé yo.