Tormenta

A la hora de los aplausos los vecinos salimos a la ventana. Algunos hacen señales con la luz de sus móviles, trazando un arco. Pocos metros de distancia nos separan, sin embargo dan la impresión de estar remotos. Qué sensación tan extraña. Parecen las señales que unos barcos se dan a otros en medio de la tormenta. 

Una cita de Freud

Volvamos, entonces, sobre uno de los supuestos que hemos insertado, con la esperanza de poder refutarlo enteramente. Hemos edificado ulteriores conclusiones sobre la premisa de que todo ser vivo tiene que morir por causas internas. Si adoptamos este supuesto tan al descuido, fue porque no nos pareció tal. Estamos habituados a pensar así, y nuestros poetas nos corroboran en ello. Quizá nos indujo a esto la consolación implícita en esa creencia. Si uno mismo está destinado a morir y antes debe perder por la muerte a sus seres más queridos, preferirá estar sometido a una ley natural incontrastable, la sublime Ἀνάγκη {Necesidad}, y no a una contingencia que tal vez habría podido evitarse. Pero esta creencia en la legalidad interna del morir acaso no sea sino una de las ilusiones que hemos engendrado para «soportar las penas de la existencia»

Sigmund Freud, "Más allá del Principio del Placer" 1920

Explosión

En estos momentos en los que la peste siega vidas cada vez con más violencia me parece que estoy soñando una pesadilla colectiva.

Un necio

Cualquier persona mínimamente cabal comprende la cuarentena y acepta con resignación las molestias que ocasiona no salir de casa para evitar la expansión de la epidemia. Pero no todos son así. Hay quien se burla de los que llevan mascarilla y los toma por cobardes. En circunstancias normales un necio es una molestia. Pero en un pandemia un necio es un peligro. 

Conservar la calma

Qué puedo saber yo para que realmente diga que sé algo. Si considero las lenguas que existen o se han extinguido soy un océano de ignorancia. ¿Cómo era la lengua de los sumerios y cómo eran los dialectos de esa lengua? Siempre quise conocer algo de matemáticas y física: las geometrías no euclídeas, la teoría de la relatividad, la física cuántica, etc. Y veo que no sé nada. Y sé que conocer eso, entenderlo, sería una fuente enorme de goce, porque no hay goce mayor que el intelectual, me parece a mí. Nunca ví la aurora boreal. Nunca estuve en Islandia. Nunca ví un volcán en erupción ni un eclipse de sol. No conozco la selva ni el desierto. No he pisado la luna (como usted). Qué innumerable lista de maravillas naturales me he perdido. Pero no sólo espectáculos en technicolor, también me pierdo detalles, todos los días. Cosas simples. Podría verlos, pero estoy tan afanado yendo y viniendo, estoy tan distraído con el trabajo y con mis pobres intereses personales que no me fijo en los detalles. Una repetición de números, un juego de sombras, el canto de un pájaro, los latidos del corazón, la mirada de miedo de un transeúnte. Hay detalles hermosos, los hay siniestros. Tampoco conocí la Roma de Trajano, ni el Berlín de Hitler. Ni conoceré lo que pase en el mundo dentro de cuarenta años (por poner un plazo muy generoso). En fin, la inmensa complejidad del universo. Veo que estoy ciego. La vieja parábola de la ceguera. "¡Alcalde, todos somos contingentes, pero tú eres necesario!" Yo no soy el alcalde.
        Si pierdo esta vida mía, punto en la infinita extensión del tiempo y del espacio, ¿realmente pierdo mucho? Hombre, yo lo pierdo todo, pero eso no parece que vaya a afectar a los geranios de la vecina ni a los charcos de la acera. "Usted se irá, me digo a mí mismo, y aquí no pasará absolutamente nada". "Pues mejor" me respondo. Desapego del ego.
     Además de esto, y lo más importante, ¿es que no me acuerdo de algunas personas muy cercanas y muy queridas -una, una en particular- que han cruzado antes que yo la laguna Estigia? ¿A qué temes si ellos que te hablaron, que te besaron, que te acompañaron, que eran como tú, ya se han ido? ¡Ah, si viviéramos todos una vida eterna, en un mundo sin tiempo, sin que la peor enemiga del género humano, la inapelable, nos separara!
       "Yo me voy a morir, vosotros a vivir. Sólo los dioses saben cuál de las dos cosas es mejor" dijo Sócrates antes de beber la cicuta. A todos impresionó, por lo visto, la serenidad con la que afrontó la muerte. No esperábamos menos de él. Un reo anónimo al que iban a ejecutar preguntó: "¿qué día es hoy?" "Lunes" le contestaron. "Vaya, dijo, pues empezamos bien la semana" Me hubiera gustado conocer a esa persona.
     En estos días en que el espectro de la tremenda Muerte general sobrevuela los cielos de este planeta, con la pandemia declarada, es benéfico reflexionar sobre la vasta y vaga y necesaria muerte. No para perder la cabeza, sino para conservar la calma. "En un caso o en otro, dijo el estoico, no va a pasar nada. Memento mori."  De acuerdo, muchas gracias.

Misticismo y wifi

El edificio es un enorme laberinto. Está en un pueblo apartado y fantasmal. No existe mejor lugar para el ejercicio del músculo meditador. Es una hospedería, pueden alojarse profanos. Una de las alas del antiguo seminario de Santa C* es una residencia sacerdotal. El suelo es de losas en la planta baja y de hermosa madera en la primera y segunda. Puede pasearse uno por el claustro desierto. Muros sólidos, fábrica maciza. Mucho silencio.
No había wifi en la habitación que fue antigua celda de estudiantes. No pudiendo soportarlo más al tercer día de abstinencia comunico al recepcionista esta anomalía.
Me dice que la señal se coge en un cuarto de la planta baja que es sala de estar. Alto techo, una mesa de madera con los periódicos del día, una silla y dos sofás. Me acompaña hasta allí para que atrape el Espíritu Santo de nuestro tiempo. Coger el wifi, cuando no hay otra forma de conectarse a internet, es casi como el primer trago de agua de un sediento, como la nueva dosis del heroinómano. El alivio es inmenso. Se calma la ansiedad. El wifi obra en nosotros, nos inunda con su profundo misterio, ilumina nuestro camino. 
La primera vez que entré en la sala salvífica no había nadie. Pude saciar mi sed digital con toda comodidad. El móvil me traía noticias de amigos, de compañeros de trabajo, de quimeras, grifos, centauros, serpientes, ángeles, demonios. Estaba en el paraíso. 
La segunda vez ya no fue así. En la sala había un individuo calvo, con gafas y de unos cuarenta y cinco años sentado a la mesa. Llevaba hábito, si no recuerdo mal. Lo delató su olor, un vago olor, un olor indefinido a algo que no es de este mundo. Me sentí azorado, balbuceé el motivo por el que irrumpía en esa estancia y perturbaba su tranquilidad y acaso su éxtasis. Explicado el asunto respondió con clemencia: "está bien". Yo sacié, incómoda y atropelladamente, mi sed de whatsapp y me fuí lo más serenamente que pude. 
La tercera vez sucedió igual. Habían pasado un par de horas y el individuo estaba sentado en la misma silla. Murmuré muy torpemente un "qué tal" o quizá un "buenas tardes" que no obtuvo respuesta. Cogí el wifi, miré el whatsapp y me fuí de puntillas. Me sentía bajo, miserable, pecador.
La cuarta vez, sería la última, aquel misterioso personaje seguía en la sala. Venciendo mi timidez (sabía que lo iba a molestar) empujé la puerta entornada y entré. Saludé más azorado que la vez anterior. Esta vez el sacerdote murmuró algo que parecía una maldición pero que podía entenderse como un simple gruñido animal. Yo había aprendido la lección de urbanidad y, como la vez anterior, me fui sin articular palabra.
A alguien le dijeron alguna vez: "una palabra tuya bastará para sanarme" Pero no se referían a devolver un saludo.

Oriente

En los días de vacaciones, ¿qué hacer con el tiempo? En las horas muertas, sin hacer nada, qué rápidas corren las sombras. Cada sol repetido es un cometa. Qué veloz pasa un día. Un día. Un siglo. De algún modo ya estás muerto. Todo seguirá igual, como antes de tu nacimiento. Nada es. En esa soledad acuden antiguas sombras de Oriente. Poemas de Li Po, los cuartetos de Omar Jayyam, el libro del Tao. Quiénes fueron. Qué importa. Hasta aquí llegaron sus escritos o sus enseñanzas, si más o menos fieles lo ignoramos. Recuerda, nos dicen, que vas a morir. La vida es corta. Vive tranquilo, sin ambiciones. Mira cómo se disuelve el humo. Bebe vino. ¿Para qué todo? ¿Qué somos? Existimos un momento y luego, nada. Estoy perplejo. Melancolía. Horas desiertas en lugares desiertos. Fugacidad de la vida. Vanidad de las cosas mortales. Valdés Leal. Quevedo. Lo barroco. Qohelet, Séneca y Gracián. Señores: la eternidad. 
         Otro amanecer que te sorprende dormido, en el campo, con la botella de vino vacía. Se acerca un ciervo para lamerte la mano. Eres la vergüenza de la gente. Eres el marginado, el loco, el borracho. No sirves, eres inútil. No eres productivo ni consumidor. Murmuran de tí cuando pasas. Eres huidizo. Ni los trabajos más ínfimos sabes hacer. No tienes familia. Grabas en las piedras una palabra: "Diógenes"