Los cuentos de Kleist

E.T.A. Hoffmann escribió historias de fantasmas, dobles, diablos y demás criaturas fantásticas (o no tanto). Es sabido que Freud se inspiró en uno de sus cuentos para acuñar ese término alemán -das Unheimliche- que designa "lo siniestro". Hoffmann escribió envuelto en la nube de alcohol que necesitaba para escribir y que acabó matándolo antes de los 50 años. Para los hispanohablantes la literatura alemana es Goethe, Schiller o Thomas Mann. Fuera de Alemania están los austrohúngaros: Zweig, Joseph Roth, Kafka, Musil, Broch... y luego Bernhard o Handke. Si pensamos en autores de lengua alemana solemos irnos a los filósofos: Kant, Fichte, Hegel, Schopenhauer, Nietzsche, Wittgenstein o Heidegger. Si hablamos de poetas nos vienen a la memoria Novalis, Eichendorff, Heine, Hölderlin, Rilke. Hay otros (muy buenos) y menos conocidos como Mörike. Están, naturalmente, los expresionistas: Trakl, Heym, Benn, Ehrenstein, Stadler. Y ahora advierto que no he citado a mujeres (qué descuido): Droste-Hülshoff, Lasker-Schüler, Ingeborg Bachmann. 
      Quizá en esta enumeración de autores no echemos en falta un nombre que es fundamental: Heinrich von Kleist (otro genio muy poco conocido para nosotros es Georg Büchner, pero merece capítulo aparte). Kleist vivió en la época de la madurez de Goethe cuando aquel era un joven escritor que aspiraba a la gloria. Kleist no es ni clásico ni romántico, es un caso excepcional. Este autor de dramas y cuentos perfectos vivió entre 1777 y 1811. Acabó mal, como muchos de los citados: su suicidio en un parque de Berlín fue legendario. Durante un tiempo estuvo buscando una "todesgefährtin", una compañera en la muerte, y lo propuso a varias mujeres, que sensatamente rechazaron. Hasta que encontró a una mujer desahuciada de cáncer, Henriette Vogel, que aceptó. Primero le disparó a ella en el pecho, luego él se pegó un tiro en la boca. Por ese suceso y no por su obra literaria fue conocido de sus contemporáneos. Kleist tiene un lugar de honor en la literatura alemana. Sus dramas eran tan violentos que causaron repulsión en el viejo Goethe. Sencillamente no lo comprendió o no quiso comprenderlo. Este nuevo fracaso laceró a Kleist, su vida es una serie ininterrumpida de calamidades, hasta que dijo "basta". Conocí a Kleist por una cita de Cioran (mal asunto). Dejando de lado sus dramas, sus cuentos están escritos en una prosa perfecta, son joyas de un estilo inigualable. Para Marcel Reich-Ranicki es el mejor estilista de la lengua alemana. Kafka no se cansaba de leer su "Michael Kohlhaas" era uno de sus relatos preferidos. La literatura parte de una falta, no hay escritores felices, el acto de escribir es una rebelión contra el mundo. Kleist fue un atormentado. Incurable inadaptado, no encajó nunca en este planeta. Pero dejó esos cuentos, no muy largos, que son un grito contra la injusticia radical de la existencia. ¿Qué tienen en común sus historias? Sus protagonistas son personas buenas, inocentes, a los que las circunstancias empujan al crimen, a la deshonra, a la muerte violenta. Un suceso fortuito, una desgracia, una injusticia, desencadenan el mecanismo fatal. En el relato "El hijo adoptivo" un honrado comerciante italiano, de viaje a Ragusa, encuentra un muchacho enfermo de peste al que adopta. El chico contagia a su hijo natural, que muere. El muchacho será con el tiempo la causa de su ruina: lo mata por intentar seducir a su madre adoptiva. En el patíbulo Antonio Piachi se niega a arrepentirse (¿recuerdan al extranjero de Camus?) y grita que quiere ir al infierno para encontrar a ese monstruo y rematar su venganza. Hacia el final de este cuento, por cierto, hay una frase calcada del "Werther" de Goethe: "no lo acompañó ningún sacerdote". En otro de sus cuentos "El terremoto de Chile" a la ruina de la catástrofe natural se une el destino trágico de una pareja de amantes. En una escena el villano "maestro Pedrillo" estrella contra la pilastra de una iglesia al bebé de don Fernando y le revienta la cabeza. Esto delante de su padre. ¿Nos parece morboso? Nada es caprichoso, ni gratuito en estas desgracias, crueldades y excesos.
     Gran paradoja: Kleist muestra con un arte insuperable, con una prosa extremadamente precisa, compacta y bella, la fatalidad.

Lluvia de cuerpos

Vasto es el cielo. Del cielo comenzaron a caer cuerpos humanos. Primero unas gotas, luego la lluvia se intensificó. Caían cuerpos de niños, de jóvenes, de adultos y ancianos. Reventaban contra el suelo. Se esparcían los sesos, los intestinos, la sangre. Caían sobre la acera, sobre el asfalto, sobre los coches, sobre algunos transeúntes. Al principio hubo un asombro. Luego la gente dejó de sorprenderse y continuó como si nada. 

El extranjero

Si no me equivoco éste fue el libro que hizo célebre al joven Albert Camus. A los franceses de la metrópoli debió de resultarles muy chocante este relato que se desarrolla en Argelia, su colonia, y donde un francés (pied noir) relata en primera persona, monótonamente, la historia de su desgracia. Hace años que la leí y hace unos días volví a leerla. Es fresca, mantiene su potencia, me gustó mucho. Como es sabido forma parte de la trilogía que Camus preparó sobre el "absurdo". En un momento dado Meursault dice de sí mismo que no tiene imaginación, sin embargo no deja de asombrarnos la imaginación del joven Camus (debía de tener unos 27 años cuando la escribió). Su imaginación y su madurez. Entonces, cuando había pena de muerte, y el instrumento fatal era la guillotina: una guillotina que estaba a ras de suelo, no sobre un cadalso; una guillotina escondida en los muros de una cárcel. ¿Por qué mata Meursault al árabe en la playa? Es sincero cuando dice que no lo sabe: hacía mucho calor, fue el azar. Se encoge de hombros. Una serie de circunstancias fútiles llevan a un hombre a quitarle la vida a otro, y con eso el homicida se condena a muerte (o mejor dicho, "en nombre del pueblo francés" será ejecutado). Meursault es un hombre desarraigado, apático; narra su vida y su desgracia como si no fueran con él. Le daba igual casarse con María, la muerte de su madre no le hizo llorar.  Hasta que estalla al final del relato ante el capellán que viene a ofrecerle los "auxilios espirituales". A Meursault esto le parece ya el colmo, por una vez tiene un arranque de pasión (no la tenía cuando disparó los cuatro tiros) y protesta. Si no me equivoco la novelita se publicó en 1942, en plena guerra mundial. Un relato exótico para los europeos, pero que señala los rasgos esenciales del hombre moderno. Ya no podemos contar con Dios, la vida no tiene sentido. Da lo mismo. Bostezo. Monotonía de la naturaleza. Una vida mecánica, un proceso mecánico, una muerte mecánica. Ay, el absurdo y Camus. ¿Cómo no pensar en su trágica muerte? Qué triste y coherente final para un hombre que sintió como pocos la estupidez y la grandeza de nuestra "condición humana" (que diría Malraux). Visité su tumba en Lourmarin, un precioso pueblo de Provenza donde se había instalado. En la piedra su nombre era casi ilegible. No había nadie. El cielo estaba despejado aquella tarde.
    ¿Qué lector de nuestro tiempo no se siente reflejado en ese pobre hombre que espera en una cárcel argelina, bajo un sol cegador, la llegada del verdugo?

Cinco horas con Mario

Como tantas veces sucede leí este libro por azar. Entré en una librería de viejo y el libro me escogió. Edición de bolsillo, editorial Destino: "Cinco horas con Mario". Todos conocemos ese título, nos suena por la adaptación teatral. Lo compré por cuatro euros. En tres días lo leí. De Delibes apenas había leído nada, hace muchos años "El camino". Soy un ignorante delibesiano. Veo que el libro se publicó en 1966, en la España franquista. Quién iba a decirme a estas alturas que tendría un descubrimiento: el monólogo de Carmen ante el ataúd de su marido, muerto repentinamente a los 49 años, me capturó desde las primeras frases. Basta un libro para sostener a un escritor. Quedo asombrado por la penetración psicológica del autor, qué bien conoce el alma femenina, y qué retrato tremendo hace de la España de su tiempo, del asfixiante medio social en que viven sus personajes. Delibes es realista, salvo la escena en que a Menchu se le cae el diente postizo en la piscina (que parece un rasgo onírico) todo es inteligible. El monólogo de la recién viuda tiene repeticiones, frases que vuelven, calcadas, una y otra vez. No es lo que dice solamente sino la forma de decirlo, la maestría del lenguaje: eso es lo que hace al escritor. La verborrea de Menchu ante el cadáver de su marido tiene una gran fuerza trágica. Según avanza la lectura nos damos cuenta de que la mujer jamás ha entendido a su marido, que no estaba a su altura, que está llena de prejucios, no tiene ideas propias; al final constatamos que realmente lo quería. La pobre está abrumada por la pérdida de su hombre. Y esa mujer, que nos resultaba cada vez más antipática y tonta, nos despierta al final una profunda piedad y simpatía. Qué más decir: el libro es una maravilla y Delibes un gran, un enorme escritor. ¡Larga vida a don Miguel!

Filantropías gaseosas

Se encuentran casualmente entre los lácteos y la panadería; enfrente del pasillo de la lejía y los productos de limpieza. En ese templo de la abundancia y del recreo del intestino. En ese aquelarre de la sociedad de consumo y el cloroformo. No estamos en Venezuela. -¿Qué hace esta mosca aquí? -Vaya, el que faltaba. Se frotan el hocico. Se tocan con las antenas. Se dan la mano. Sonríen. -Tienes buen color, desgraciado. -Estás cada vez más delgado, da grima verte. Tras diez segundos de diarrea verbal ("sus fórmulas de lorito real" dijo el poeta, "monstruo gris, gris profundo, profundamente oculta sus amores, sus odios...") ya están hartos el uno del otro. La situación es violenta. El que tiene menos vergüenza y más habilidad social simula con una amistosa palmada en el hombro del conocido el manotazo con el que se espanta a una mosca: -vete ya, me molestas. Con esa brusquedad se termina el cordial diálogo, no precisamente platónico. ¿Quién tendrá el orgullo y la franqueza de un Diógenes? Te escupo a la cara porque es lo único sucio que veo. ¡Ah, Chéjov! ¡Ah, humanidad!

Divertirse

Siempre tuvo esta palabra "diversión" un atractivo significado. Divertirse es desviarse, salir por un momento del camino del trabajo, la responsabilidad, los negocios y las cosas serias de la vida. La vida es un asunto serio, finalmente. Hoy nos equivocamos en esta insistencia en la diversión, como si nos tomáramos en broma nuestra navegación terrenal. La vida es trágica y este mundo un valle de lágrimas. Felices aquellos que no lo saben todavía: los niños, los jóvenes, los inexpertos. Afirmar esto no significa negarse a la broma y el juego; el juego es lo más serio del hombre. Huizinga escribió un libro célebre sobre este asunto "Homo ludens" y Schiller, si no me equivoco, insistió en este aspecto importante del juego en sus "Cartas para la educación estética del hombre". Pascal dijo que no había que imaginarse a Platón y Aristóteles como hombres siempre graves, solemnes y serios, vestidos con ropas de pedantes y que cuando se habían "divertido" haciendo sus leyes y políticas lo habían hecho jugando. Que esta era la parte menos filosófica y seria de sus vidas, la más filósofica fue vivir simple y tranquilamente. Si escribieron de política, agregaba, fue como para ordenar un hospital de locos (hôpital de fous). Divertirse es conveniente, pero vivir siempre divirtiéndose (que es a lo que se nos incita constantemente) es un error. ¿Por qué? ¿Será porque somos mortales? ¿Será porque estamos solos al final? "Vive para tí solo, si pudieres/ pues sólo para tí si mueres, mueres" dijo el estoico Quevedo. Bien lo dijo también Antonio Machado: "un golpe de ataúd en tierra es algo/ perfectamente serio"