El fin del mundo

El fin del mundo no es tan fácil. Qué va. A la vista de los acontecimientos de los últimos meses, de los cambios "disruptivos" que están en pleno desarrollo (la vida  individual y social volcada a lo virtual; internet nuestra ágora, escuela y mercado), aparte, naturalmente, de la pandemia, observo que terminar con el mundo es muy difícil. Grosera imaginación la de quien cree que esto sucede en un instante. No con un trueno, sino con un susurro. Así termina el mundo.                                                               Relaciones a distancia (muchas con desconocidos) con intervalos de días, semanas o meses. Creo que estamos ante un cambio antropológico de dimensiones desconocidas. Pronto dejaremos de ser corpóreos. Aunque sigamos necesitando comer tres veces al día, ir al baño y hacer cola para echar la bonoloto.  

Matemáticas

Ya que el mundo se ha vuelto tan hostil, tan enemigo, tan oscuro, me estoy haciendo aficionado a las fugas (las de Bach no, otras). Si no hay confinamiento escapo solo a la orilla del mar, con el deseo de subir a una nave de tres palos como la de James Cook (originalmente un buque para transportar carbón) y poner rumbo a los mares del Sur. Me conformaría con una barca, remando hasta la deshidratación y el agotamiento hasta perder de vista la costa. Si el confinamiento no permite desplazamientos (obedecemos resignados las disposiciones de la autoridad) me queda, como al prisionero, el recurso de la imaginación. No tengo talento para las matemáticas, qué lástima. Con gusto me olvidaría de estas oscuras y agobiantes circunstancias tratando de comprender la Teoría de Grupos de Galois o la Teoría de Conjuntos de Cantor. Qué poder de abstracción, qué alejamiento del mundo sensible. Hay infinitos más "grandes" que otros. ¿No fue, por cierto, el siglo XIX el que conoció un mayor avance y consolidación de las matemáticas? Creo que sí. ¡Nada de suposiciones, tendría que demostrarlo! Hay en las matemáticas una voluntad de orden que ya conocían los apasionados griegos. Recuerdo la frase del matemático alemán y judío, judío y alemán (o prusiano más exactamente) Carl Gustav Jacobi: "el único fin de la ciencia es honrar el espíritu humano" Si hoy todo se desmorona, si parece que reina el caos, las matemáticas y su belleza ideal son, para mí que no soy creador, un excelente pasatiempo. La posibilidad de la fuga del mundo. El matemático francés Poncelet cayó prisionero de los rusos en la campaña de Napoleón. Durante su cautiverio (1812-1814), sin ningún libro a mano, estableció los fundamentos de la geometría proyectiva. 

Engañados

En el apocalipsis zombi que fue el asalto al Capitolio de Washington hubo -que yo sepa- una víctima mortal, una mujer de San Diego que había dejado su residencia para asistir al magno acontecimiento. La pobre mujer era partidaria acérrima de Trump. Recibió un balazo en el pecho. Sacrificio inútil. No será una mártir de nada, había puesto sus esperanzas en un miserable al que la vida de los rednecks no le importa lo más mínimo. Es terrible pensarlo, pero ha muerto en vano. Trump se apresuró, forzado por las circunstancias, a renegar de sus propios y salvajes entusiastas. Estremece pensar que uno pueda poner toda su ilusión en una persona o una causa que son completamente falsas. ¿Cuántas veces nos han engañado? La Iglesia ha sido especialista en eso. Tomando como ejemplo a esa mujer me pregunto si no habré sido engañado también yo. Si no me habré inclinado ante un poder arbitrario, si no soy capaz de conocer la realidad social y mis propias circunstancias. Por ejemplo, la literatura es cosa de señoritos. Quizá el engañado se culpe a sí mismo de su situación vital o de su fracaso cuando no es más que la víctima de un orden social injusto. Ya sabemos que en la carrera de la vida una minoría de señoritos nace con privilegios e inmunidad moral y una masa anónima tiene que luchar por subsistir. La idea de "lucha" por cierto, tan enaltecida por los sindicatos  -cuando existían- es un error. Nadie puede cambiar nada si está en el fondo del pozo. Luchar, para esta gente, es simplemente mantenerse en pie. Eso es todo. Pero los pobres no tienen moral. Quienes han hecho las revoluciones han sido señoritos con mala conciencia. Sin embargo la simpatía, más o menos sincera, que pudieran tener por los marginados, los más humildes, no confunde sus destinos. Ciertamente, la rebelión tendría que ser una inevitable urgencia, pero su inutilidad es desesperada. Hacer que el individuo salga de la infancia, que sea una persona autónoma que piense por sí misma y sepa guiarse sola en la vida, fue el ideal de la Ilustración. Lo que nos enseñaron nuestros mayores, pienso, era falso. No engañaban por mala fe, sino por ignorancia. Derribar falsos ídolos. 

Terror

Bastan 15 individuos brutales, fanáticos y poderosos para aterrorizar a una nación considerada "culta" de millones de personas. Viendo hace poco un documental sobre la II Guerra Mundial, con imágenes de archivo que no conocía, se me quedó grabada la cara de desprecio y asco que tiene Goebbels al visitar un campo de prisioneros rusos. ¿Podemos imaginar cómo sería vivir en Alemania entre 1933 y 1945? No se movía ni una mosca. El Terror era absoluto. La mentira, la única verdad. Mentían sin el menor escrúpulo. A Hitler y sus cabecillas les importaba un rábano la vida de sus propios compatriotas; poseídos por una furia absolutamente asesina no admitieron la derrota y prolongaron hasta el final el inmenso sufrimiento de millones de personas. Es tremendo ver cómo teniendo la guerra perdida (hacia 1944) siguen organizando desfiles victoriosos para engañar a la población, celebrando conciertos, fiestas, inaugurando factorías, haciendo como que seguían gobernando para la futura Alemania, como si la victoria fuera segura, cuando lo seguro era la derrota. No es sólo que engañaran a los que respiraban la misma cultura que Kant, Schiller o Beethoven, es que convirtieron en asesinos sanguinarios a muchísimos, a miles de ellos. Se conocen más o menos las masacres de los soldados alemanes y las SS en el frente oriental. ¿No había nadie en toda Alemania al que se le cayera la venda de los ojos y saliera a la calle a protestar contra la dictadura nazi? El nazismo tuvo, desde luego, adversarios, pero más fuera que dentro. No todos se creían las mentiras de la propaganda. ¿Quién se atrevía en Alemania a levantar la voz? Un puñado de héroes lo hizo. Pero el régimen no cayó desde dentro, tuvo que ser la fuerza de los aliados -los bombardeos, la destrucción- la que terminara esa pesadilla. En ese documental se puede imaginar el absoluto desprecio que sintieron Hitler y sus cabecillas y Stalin y los suyos por la vida de millones de personas. Les enviaban a matar y a morir y eso hicieron aquellos infelices. Millones de personas se negaron a sí mismas y obedecieron ciegamente a un grupito de criminales. Miles de ellos mataron a civiles, mujeres, ancianos y niños hasta que las armas quemaban, agotados de tanto matar. Otros tuvieron que callar hasta que un obús los reventó o una bala les voló la cabeza. ¿Cuántos desertores hubo? ¿Dónde estaba la libertad individual? ¿Quién se atrevía a decir "yo no participo" "yo no hago el saludo"? El muchacho ruso mal equipado, sin instrucción, que mandaban a Stalingrado tenía una orden tajante: "ni un paso atrás" Un icono del siglo XX es Einstein. ¡El progreso científico! ¡El genio humano! Por un Einstein original -¡uno! ¡uno!- hubo unos 50 o 60 o 70 millones de muertos (no se sabrá nunca cuántos) en cinco años de guerra de exterminio desde Stalingrado a Japón y el Pacífico, desde Londres hasta Alejandría y el Cáucaso. Eso sin contar los supervivientes que quedaron destrozados física o anímicamente. Es cierto que en esa guerra perdieron quienes tenían que perder, por suerte para la humanidad que aún conservaba la vida y por suerte para sus descendientes.  Extraños aliados fueron las democracias occidentales y la Unión Soviética, otra dictadura del terror, monstruosa maquinaria de triturar hombres. El poder magnético (¿el poder no es el mal?) que unos pocos hombres pueden ejercer sobre millones de ellos -que son sus iguales por nacimiento- puede llegar a ser inmenso y revela algo inquietante de nuestra naturaleza. ¿Quién se atrevió a escupir a Hitler a la cara? ¿Quién se atrevió a abofetear a Stalin en público? 

Demasiados intereses

En una biblioteca o en una librería bien surtida voy de los estantes de literatura a los de historia, de los de historia a los de ciencia, de los de ciencia a los de arte. Y entre tanto que leer quedo abrumado y me bloqueo. Me gustaría saber de todo, excepto de derecho y economía que me parecen aburridos saberes. Cuánto tiempo perdido atendiendo al cuerpo, al sueño, a la vagancia, la distracción y la voluptuosidad. Quien mucho abarca, poco aprieta. En literatura tengo especial interés por la germanística: poetas, escritores, filósofos en esa lengua alemana que suena tan bien. Tengo mis preferencias: Kleist (poco conocido en España): me gustan los ensayos de Schiller, conozco poco su teatro, me parece que ha envejecido mal Schiller; de Goethe me interesa su vida (recuerdo aquel viaje loco que hice a Weimar sólo para ver su casa am Frauenplan); y los filósofos: Kant, Schopenhauer (otra deuda con Borges). Hegel me interesa poco, su Fenomenología del Espíritu me pareció incomprensible, lo que no es de extrañar, y aburrida. Algo de los románticos, sobre todo Novalis. Y en el ámbito austrohúngaro, todos aquellos súbditos del Emperador que orbitaban alrededor de Viena: Kafka, Freud, Joseph Roth, Stefan Zweig, Hermann Broch, Musil o Celan. Hay más y no es cuestión de citarlos a todos. ¡Me olvidaba de Heine! Y entre los modernos Thomas Bernhard y algo anterior, Thomas Mann. Y, por supuesto, Georg Büchner, ese genio de vida tan breve que revolucionó el teatro. Y hablando de teatro, Brecht. Luego están los anglosajones y los rusos. No voy a dar más nombres, que me fatigo. La literatura francesa: sólo leer a Balzac o a Zola llevaría meses o años. No hay tiempo. De Italia, Dante, Petrarca y Leopardi. También Ariosto. Me temo que dejaré sin leer la Jerusalén liberada de Tasso, porque quién lee hoy poemas épicos en octavas reales. No sé, hay muchos, dejo a tantos en el tintero. Claro, la literatura hispánica, con eso ya tengo para toda la vida. El Siglo de Oro. Galdós. Baroja. Y los hispanoamericanos, empezando por Rubén Darío y terminando por Ricardo Piglia. Todo un continente de letras, desde Tijuana a la Tierra del Fuego. Además de literatura me interesa la ciencia: la historia de la ciencia. La ciencia, qué superstición contemporánea. Un terreno vedado para los españoles, al menos hasta ahora. El país de los sueños perdidos es el título de una historia de la ciencia española escrita por José Manuel Sánchez Ron. No sé qué pasa al sur de los Pirineos que no prenden ecuaciones, ni polinomios, ni logaritmos, ni geometrías, ni el cálculo diferencial. La ciencia es una empresa colectiva, necesita un suelo fértil donde desarrollarse. En esto han destacado los franceses (Fermat, Descartes, Pascal, Fourier, Lagrange, Poincaré, Laplace, Galois, Cauchy...). Francia es una nación versátil, en todo ha destacado: ciencia, literatura, artes. Y Alemania, la tierra de los cabezas cuadradas -como dice el tópico (Leibniz, Gauss, Riemann, Jacobi, Dirichlet, Hilbert, Weierstrass, Cantor...). En fin, Italia, el Reino Unido, Suiza, Rusia y otros países europeos cuentan con bastantes matemáticos de importancia. No puedo pasar por alto a Euler y Lobachevski. Y podría decirse otro tanto de la Física y la Química. Lo que hay de bueno y de malo en el mundo actual se debe, en gran medida pero no sólo, a los que siguieron el camino abierto por Francis Bacon, Galileo, Giordano Bruno, Descartes o Lavoisier. En el siglo XX, que ha sido uno de los más fecundos en la Física, destacan dos ramas: la Relatividad, que no hace falta decir a quién se debe, y la Mecánica Cuántica. Me gustaría que en España se prestara atención a las ciencias. O acaso haya que decir como Unamuno: "que inventen ellos" si es cierto que pronunció ese exabrupto. ¿Y los españoles a qué nos dedicamos? ¿Seguimos ignorando a Descartes y machacamos la Escolástica, estilo Francisco Suárez, y comentamos la obra, magnífica por otra parte, de los grandes místicos San Juan de la Cruz o Santa Teresa? He perdido el hilo de lo que decía. Empecé con los demasiado amplios, inabarcables intereses, en esta época de hiperespecialización, y termino entonando el treno de los sueños perdidos del país que perdió todos los trenes de la investigación científica.  ¿O estoy exagerando? 

Cazando cetáceos

En el acantilado, junto al cabo rocoso, se domina un amplio horizonte marino. Van dos veces casi consecutivas que lo visito huyendo -como todos los humanos- de los humanos, de este delirio de mascarillas, irritaciones y distancias. ¿Qué busco en ese paraje extremo? A pocas millas de esta costa hay un profundo sistema de cañones submarinos que alcanzan los 4000 metros de profundidad. Silencio, tinieblas, frío. Calamares gigantes. Una noche perpetua bajo la bóveda del firmamento. ¿Busco alguna metáfora, algún nuevo pensamiento que alivie el sufrimiento, un monstruo marino que me libre por un momento de la miseria de ser hombre? Al pie del abismo miro la vasta superficie del mar, a lo lejos una banda de nubes tormentosas se deshacen en jirones de lluvia torrencial. Caen unas gotas gruesas. Las sonrisas de las olas que se deshacen en espuma en mar abierto, el ruido monótono de las rompientes. Llego a esta desolación con mis recuerdos, aquí estuve hace muchos muchos inviernos. Entonces en tierra firme no hacía estragos la peste, ni la naturaleza tenía este aspecto melancólico de ahora, aunque entonces divisara -sin darme cuenta- lugares donde hubo naufragios y acaso pasara junto al lugar por el que alguien desesperado se arrojó al vacío. No queda rastro de esas tragedias, ni de las tormentas que azotaron estos acantilados, ni de los furiosos vendavales, ni de ataques piratas, ni de lanchas de contrabando. Un hombre en el confín de la tierra, frente al mar, es una imagen de lo efímero. Como el monje junto al mar de Kaspar David Friedrich. Una estampa romántica. En un panel de esta zona protegida se indica que éste es buen lugar para la observación de diferentes tipos de cetáceos: pequeños delfínidos con pico (delfín común, delfín listado, delfín mular); delfínidos sin pico (calderón común, orca); grandes cetáceos (rorcual común, rorcual aliblanco, cachalote). Levanto la vista del cartel y miro el mar, cazando algún cetáceo. No veo ningún Leviatán. Hay otras formas de vida, existen otras criaturas, esta naturaleza ha producido seres estupendos que engendran y mueren sin que el hombre los conozca. Bastaría una hormiga o una mosca para advertir esto, ciertamente, pero ver cómo asoma entre las aguas un cachalote debe de ser magnífico. No distingo nada extraño en la extrañeza del mar, así que tengo que conformarme con la imaginación. Como me imagino la curvatura del horizonte, la coincidencia de los contrarios, el infinito de Nicolás de Cusa. 

El hospital

De vuelta de un paseo reparo en el edificio del hospital junto al que vivo. Conocemos esta práctica: mirar las cosas como si las viéramos por primera vez, digamos desconociéndolas. Una cosa cotidiana nos aparece de pronto como novedosa, como extraña y surge como problema. Algo así me ha sucedido hoy: ahí está el hospital, sobre una colina, como un monstruo blanco con reflejos de vidrio. Es un edificio pensado para atender a los enfermos; está dedicado al cuidado de la salud del Homo sapiens. Creo que Foucault fue el filósofo que se interesó por la historia de este tipo de edificios (clínicas, manicomios, cárceles). Es hermético: desde el exterior es difícil distinguir para qué sirve este edificio. Imagino que lo veo por primera vez e intento descifrarlo. Visto a distancia no lograría, pienso, adivinar qué sucede en su interior. Uno se maravilla del grado de organización, complejidad y alejamiento de la naturaleza que ha alcanzado este mamífero capaz de levantar semejante construcción en medio de campos verdes y árboles dispersos.  Contiguos coexisten las granjas de vacas con el acelerador de partículas, los corrales de gallinas con el reactor nuclear, los nidos de jilguero con los radiotelescopios. Una de las características del hombre actual es que no conoce (o conoce mal) el principio y funcionamiento de la mayoría de las cosas con las que tiene que ocuparse. Nos manejamos entre computadoras y otras prendas tecnológicas; en ellas vivimos, nos movemos y somos. ¿Hay más complicación en un smartphone que en una catedral gótica? No siendo arquitectos podríamos comprender y admirar el sentido de los arbotantes, los contrafuertes y los equilibrios de la catedral. Un móvil no se presta a una intuición semejante. El mundo no es extraño porque sea en sí mismo extraño sino porque nos resulta extraña la idea que tenemos de él. Paradójicamente nunca ha existido tal cantidad de información. (Y supongo que la "información" como idea es más o menos reciente). Por la morfología de un órgano o una parte del cuerpo podemos deducir su función: el riñón es un filtro, el corazón una bomba, los pulmones son sacos de aire, los huesos y músculos palancas. Pero el cerebro es impenetrable. Pues bien, ese hospital que vi hoy -no digo ya un acelerador de partículas- me produjo la misma impresión que tendría si viera un cerebro encima de una mesa.