Semiótica de la peste

Por "semiótica de la peste" entiendo los carteles, señales y otros signos (las mascarillas, las mamparas) que forman parte de nuestra vida cotidiana desde marzo aproximadamente. Las líneas en el suelo que marcan la distancia, las flechas que indican el sentido de la marcha, los carteles que indican la "entrada" y la "salida" a los edificios, los dibujos de un frasco de hidrogel. Las aplicaciones de rastreo en los móviles también se podrían considerar como parte de este nuevo lenguaje. Estamos interiorizando comportamientos, gestos, hábitos, precauciones. Cada población es un hospital o, mejor, un laboratorio microbiológico. No sé qué dibujarán ahora los niños, cómo pintarán su barrio. Sería muy interesante estudiar cómo ven la realidad (esta realidad de la pandemia) ya que tienen una mirada limpia. Si tuviera un niño cerca le diría: "dibuja tu calle". Aún quedan en pie mucho edificios que tienen grabado en piedra el yugo y las flechas. ¿Cuánto tiempo tendrá que pasar para que esta semiótica en la que nos movemos, existimos y somos deje de tener sentido? Y con esto dejo de hacer el Roland Barthes.

La estatua y la nena

En Moscú en 1880 se inaugura el monumento a Pushkin. En aquel acto participaron Turgeniev y Dostoievski. Pasaron los inviernos rusos y la alegre primavera, que en Rusia se disfruta especialmente. En 1902 una niñera lleva a su pequeño y a los amigos de paseo por los parques de Moscú. Entre ellos está una niña gordita y fantasiosa. Cada día caminan hasta la estatua. Con la costumbre la "estatua de Pushkin" se convierte en la medida del espacio -una versta- de esta niña (eso dirá años más tarde). Ese gigante negro de granito obsesiona a la nena que se llama Marina, Marina Tsvetáeva. Lo cuenta en "Mi Pushkin" esta poeta rusa. Qué importante puede ser para la fantasía y el desarrollo posterior de un niño un monumento: una estatua, un bello edificio, un parque. Este breve texto de la poeta rusa es, en mi opinión, uno de los homenajes más emocionantes que se han tributado a un poeta. La veneración de Tsvetáeva por Pushkin es congénita. Ella era poeta y lo entendía. Ahora estamos nivelados y nadie se alza, por su genio artístico, científico o literario, sobre un pedestal. Viena, Berlín, Weimar, Stuttgart tienen estatuas de Schiller, el clásico (a sus pies Goebbels dejaba ofrendas florales como a poeta nacional). No hay estatuas de bronce de Joseph Roth. ¿Erigir una estatua a un alcohólico? Maiakovski murió a tiempo para que le erigieran estatuas. ¿Erigir una estatua a un suicida? Pushkin murió en un duelo, como se sabe. Los adversarios fueron "cualquiera" y "el único" así dice Tsvetáeva.

En plena producción de kafkianitos

Meditaciones melancólicas de corte existencialista y clarolunesco como la de la entrada anterior tienen poco que hacer en el mundo contemporáneo. Considero la biografía de Kafka de Reiner Stach, editada por Acantilado. Los libros salen uno tras otro, los dos tomos en tapa dura dentro del estuche. En la imagen (lo veo por internet) se observa la última fase del proceso: las máquinas envuelven en plástico los volúmenes. ¿Qué más da que sean condones, sardinas o biografías de Kafka lo que resulte del procesado? Se podría pensar que esa cadena de montaje, ese automatismo, está al servicio de la "cultura". No seamos ingenuos: la cultura es un negocio, es lo que da de comer a la gente del gremio, aunque la gente del gremio apele al espíritu para vender sus cosas. El espíritu, para que funcione, tiene antes que comer. Primum vivere etc Viendo ese extraño vídeo parecería, por la velocidad de la cinta, que en media hora iban a llenar el mundo de kafkas. Por fin un genio ubicuo, al alcance de todos los hablantes de español. Sí, de todos los que tengan los 85 euros que cuesta el libro. Sobre esto hay una anécdota de Kurt Tucholsky. Este escritor judío de Berlín (que, por cierto, fue tal vez el primero en detectar lo kafkiano en Kafka) recibió una carta de un muchacho lector suyo en la que le decía con encantadora ingenuidad que le deseaba que se muriera para que así sus libros fueran como los de Goethe, que costaban muy poco. Tucholsky, a quien hizo mucha gracia la ocurrencia, se dirigía a su editor Rowolth y terminaba con este aviso: ¡hagan nuestros libros más baratos! Decía el biógrafo Reiner Stach que Kafka se preguntaría por qué nos interesa su fracaso. Lo mismo se pregunta Van Gogh. La posteridad es caprichosa. Son casos excepcionales. Voltaire leyó una Oda a la Posteridad de un oscuro poeta. "No creo que llegue a su destino" sentenció Voltaire. Acertó.

Aún no

A finales de agosto fui a la playa. Me dí un par de baños. Cuando me acercaba al mar pensé "y si me ahogara esta tarde".  Cualquier momento es el momento de morir, sin duda, pero yo pensé en aquella situación particular con cierto temor supersticioso. Estamos a mediados de septiembre, está claro que pude mantenerme a flote. He vuelto a nacer. Aquí sigo, braceando como todos, unos con más fuerza, otros con menos. Hasta el momento en que muera el último hombre. Si pienso con sangre fría, ¿qué hubiera pasado si, efectivamente, me hubiera ahogado aquella tarde del extraño verano de 2020? Pues poca cosa. Serían unos segundos de pánico, seguramente, luego, la inconsciencia. La desaparición definitiva de mi efímera persona. No me parece mal anticipar en la mente esta despedida. Muchos que me conocieron ya me han olvidado, pero aún respiro. Sigo fantaseando con el amor que es un sueño tenaz pero cada vez más tenue, como sigo atado a la rueda de un trabajo humillante en un pueblo miserable y decrépito. Como sigo con mis palpitaciones, mis prejuicios y con las rutinas del cuerpo. Por todas partes el hombre mismo es el estorbo peor para su destino de hombre. Materia corruptible. De vuelta al seno profundo de la naturaleza. Ah, la naturaleza. La echamos tanto de menos en estos tiempos de peste. Un suceso insignificante -sí, insignificante, qué alivio- en la inmensa extensión del tiempo y del espacio. Ah, pobre vanidad de carne y hueso llamada hombre, ¿no ves que careces absolutamente de importancia? ¿Son estos pensamientos tristes y lúgubres? Pues fueron los mismos del emperador Marco Aurelio. 

Me desdigo

Unas entradas más atrás dije no sé qué barbaridades acerca de Schopenhauer. Es cierto que se afirmaba que es un gran escritor, pero se le ponían tachas. Hay que cambiar de opinión. El capítulo sobre la muerte de El mundo como voluntad y representación es uno de los textos más impresionantes que se han escrito. Es absolutamente grandioso. 

Mejor vivir al día

Entro en una iglesia (católica, esto es España) de barrio rico. Está abierta y dentro tiene que hacer un fresco agradable. Afuera quedan los ruidos del presente. Miro las vidrieras, las imágenes, los símbolos. No hay música, ni murmullo de oraciones. Una de las mayores "maldades" que conozco es la de Swift, que a los confesionarios los llamaba "la oficina de los cuchicheos". No, no es distancia. Será una oscuridad luminosa. En cuanto a la Gracia, no la siento. Amar a una criatura efímera hasta querer haberla engendrado. Quien estuviera tocado por la Gracia divina, ¿no tendría que estar por encima de afectos terrenales? Confucio lloró al morir un amigo suyo: "el Cielo quiere destruirme" parece que dijo. "Y Jesús lloró" se dice. Como a todo niño de mi generación me educaron en la fe de Roma. Entiendo que la fe religiosa da una fuerza grande, pero no creo que haya fe sin zozobra. Soy lego en esta materia, no me expreso bien. "Dios mío, Dios mío, por qué me has abandonado" Me atrae la liturgia, me interesa la historia de la Iglesia (concilios, encíclicas, papas, heresiarcas, etc) me gusta el latín. Es una raíz. Pero no creo. La agonía de Unamuno ha quedado periclitada. ¿Dios es Amor? De todos los odios posibles el más furioso, el más ardiente y apasionado, el más destructivo, refinado y ciego es el "odium theologicum". Cómo se odiaban los enemigos en las disputas teológicas. Qué olor a carne quemada. Qué gritos de dolor. Qué humillaciones. Un ejemplo de los muchos que se podrían dar: el exterminio de los cátaros. Como último refugio de lo divino quedaría el orden de la naturaleza, la armonía de los cuerpos celestes. Era la fe de Einstein: "Dios no juega a los dados" Pero en este cosmos -¿o es un caos?- del universo en expansión y con la evolución más que demostrada, ¿qué sitio le corresponde? Nietzsche asumió ese vacío: resolvió la cuestión adoptando la vía dionisíaca, la afirmación de la vida sin metafísica y sin sentido. Más allá del Bien y del Mal. Qué final tan patético tuvo. Yo veo que esta naturaleza es un torbellino furioso de generación y destrucción y que no somos nada. Es mejor no pensarlo. Mejor vivir al día. O no.