Amigo conductor

Llevo quince días sin tener que conducir y me noto más inteligente.

Malum signum

En esta ciudad del Cantábrico los autobuses llevan publicidad de tanatorios y asilos. Asturias es la región de Europa con la fecundidad más baja desde los últimos tres lustros. Tres tristes lustros. 

En Asturias la gente lleva un señor al lado que tiene un máster en decrepitud. Así anima a los contribuyentes: "¿sesenta años?, eres joven" Es su Catón el Viejo, del De Senectute.

En Asturias no hay delincuencia juvenil, por la sencilla razón de que no hay jóvenes. 

En Asturias hay muchos yacimientos de homínidos de la misma época, aproximadamente, que el Australopithecus. Basta con entrar en un chigre para hallarse en la Fosa de los Huesos.

Como las generaciones de las hojas, así se suceden los hombres. En Asturias es el mismo árbol el que está carcomido, ajado y deslucido.

Para la cigüeña, Asturias es una zona de exclusión aérea.

Existir es incómodo

Doy un paseo por la Calle Mayor de una ciudad castellana un domingo por la tarde. Está muy concurrida. Los comercios, cerrados. Imposible no recordar algunas escenas de "Calle Mayor" de J.A.Bardem. Llegué el día anterior y me iré el siguiente; no conozco a nadie y nadie me conoce (aquí todos se conocen). Esto me agrada y me disgusta. Nadie me espera en ningún lugar, en ningún hogar (hay unas cuantas personas que esperan que yo siga en la Tierra, eso es todo, y ninguna vive aquí). Llevo móvil pero no atiendo a sus poquísimas llamadas o whatsapp. Tal vez Nietzsche se sintió igual de solo en Turín a finales de 1888.
        Sería una lástima que me fuera sin visitar a la "bella desconocida". Al anochecer me acerco a la plaza y observo la potente fábrica del edificio donde se posan muchas cigüeñas (las cigüeñas tienen -no pretendo elevar esto a la categoría de aforismo- algo entrañable y siniestro a la vez). Camino sabiendo que mañana temprano me iré de esta ciudad para no volver, es casi seguro, nunca más. Todos esos paseantes (que me recuerdan el cuadro de Munch Atardecer en la Karl Johan, ese boulevard de espectros) son contingentes, ninguno ha sido causa de sí mismo. Ninguno, ni yo tampoco, es el responsable de su propia existencia. Lo mismo podrían ser estas personas que otras. O la calle podría estar desierta (lo estará a partir de la medianoche) o no haber calle, ni ciudad, ni mundo, ni yo, ni nada. Qué futilidad, ¿no? Bueno, ya está bien de hacer el Pessoa. Cada una de estas personas lleva su drama íntimo. Algunos serán felices y no se dan cuenta; los habrá que estén cansados de su vida monótona, dando siempre el mismo paseo con su pareja, repitiendo sus fórmulas de lorito real, oprimidos por esta sociedad cerrada. Acaso quisieran huir de esta ciudad, cambiar su suerte por la mía. Cette vie est un hôpital où chaque malade est possédé du désir de changer de lit.
        Tomo finalmente una calle transversal. Sin dejar de caminar me doy la vuelta y digo "adiós" en voz alta (aunque nadie me oye) a todos esos desconocidos. Cada uno de ellos es el centro del universo para sí mismo. Me alejo para siempre sospechando que ninguna de esas personas existe. Ni yo tampoco, aunque esté muy cansado. Somos el sueño de una sombra, que dijo el griego.

Función de la literatura

Si de algo sirve la literatura, a mi entender, es para formar ciudadanos libres, no borregos. Suponiendo que sirva para algo.

Un siglo después

Hoy hace cien años que se firmó el armisticio con el que terminó la I Guerra Mundial. La primera guerra que fue más una demolición que un combate entre ejércitos. ¿Cuál es la situación del mundo ahora, cien años después?

Provocación ilusoria de un accidente mortal

Como se dice (y es verdad) todo sucede muy rápido. El tiempo pierde su fluir monótono: en décimas de segundo se comprime una vida. Unos centímetros deciden entre el susto o el impacto fatal. Se desquician los ejes de la rutina, ¡oh instante de suprema lucidez! En el amor y en la violencia el corazón late muy fuerte. ¿Qué sabor singular tendrá la muerte? Ese sabor que no se niega a nadie.

Murphy censurado

En la novela "Murphy" del joven Samuel Beckett se encuentra, al final de la historia, una vez muerto el protagonista, este párrafo edificante: "unas cuantas horas más tarde, Cooper extrajo el paquete de cenizas de su bolsillo, donde lo había guardado para más seguridad, y lo arrojó con ira a un hombre que lo había ofendido gravemente. El paquete rebotó, estalló, cayó de la pared al suelo, y allí se convirtió enseguida en objeto de las patadas más variadas y científicas, muchos dribblings, pases, despejes, marcajes y desmarcajes e incluso obediencias al reglamento. A la hora de cerrar, el cuerpo, la mente y el alma de Murphy estaban liberalmente repartidos por el pavimento del salón; y antes de que otra aurora tiñera de gris la tierra habían sido barridos con la arena, la cerveza, las colillas, los vidrios, las cerillas, los escupitajos y los vómitos" Este párrafo lo recordaba de memoria James Joyce. La traducción es de Gabriel Ferrater. Como vivimos en tiempos de exquisita corrección política este texto resulta hoy ofensivo y no debe mostrarse a los adolescentes bajo pena de cárcel. Es que no nos morimos. Es que la vida tiene sentido. Aunque sólo la estupidez sea universal y eterna. En la Ilíada, corregida para escolares, Aquiles es cuidador de animales, Paris no rapta a Helena, Menelao es un cornudo tolerante y Héctor renuncia a defender Troya en aras del diálogo con los aqueos.

Una cita de Gabriel Ferrater

En el artículo titulado "Sobre la posibilidad de una crítica de arte" Gabriel Ferrater escribe: 
   "una pantagruélica sed de relaciones personales aqueja a los hombres de nuestro tiempo. Es difícil acertar los motivos esenciales de esta inmoderada alteración. Pero tal vez consigamos dibujar el contorno del fenómeno, recordando algún pasado hecho del que conservamos testimonio suficiente, y que no podemos imaginar repetido hoy día. Por ejemplo, la amistad entre d'Alembert y Lagrange. Al leer la admirable correspondencia de los dos grandes matemáticos, nos impresiona la constante implícita expresión de algo muy alejado de los hábitos y las inclinaciones de nuestra época. Por una parte, Lagrange y d'Alembert no utilizan su correspondencia como un procedimiento para intercambiar ecuaciones como si fueran naipes; se escriben, ante todo, para expresar la amistad y el respeto que sienten uno por el otro, y en sus cartas se observa una ininterrumpida fluencia de gentileza y cordialidad. Pero aquella amistad y aquel respeto no son nunca sentimentales, no operan nunca en el vacío; en cada una de sus manifestaciones, se percibe un duro núcleo de objetividad, y esta objetividad es casi siempre abstracta; los dos grandes hombres se ocupan de apoyar los derechos del amigo (en aquella época, en que estaba muy mal definida la situación jurídica y social de los científicos, éstos andaban siempre metidos en pleitos y reivindicaciones) y de facilitar su trabajo; se interesaban, en cambio, escasamente por sus deseos, e ignoran en absoluto sus sentimientos, en el estrecho sentido que hoy damos al término. Esta actitud no implica una deshumanización, como hoy dicen, o una represión de la intimidad, sino todo lo contrario: revela un formidable poder humanizador, una capacidad de incorporarse íntimamente las abstracciones, de convertirlas en savia y orientación vital. De esta fuerza humanizadora carece nuestro tiempo"
       Que cada cual reflexione sobre esto. A mí me parece que Gabriel Ferrater tiene bien ganada su fama de inteligente.

"El abrigo", de Gogol

Pocos escritores han descrito tan bien la miseria de ciertas vidas humanas. En "El abrigo" Gogol narra la historia de un hombre totalmente dominado por la maquinaria burocrática de la Rusia del siglo XIX. Es el hombre más triste de la Tierra, el más humilde e inofensivo. Naturalmente sus semejantes se burlan cruelmente de él, porque a todos nos gusta (salvo excepciones) hacer leña del árbol caído... El único suceso alegre de su vida es hacerse un abrigo nuevo con el cual soportar el clima de San Petersburgo. Quien se lo confecciona es un sastre borracho que pega a su mujer y desprecia a los alemanes. Su abrigo es la mayor felicidad que Akaki Akákievich ha conocido en la tierra. Gogol cuenta al principio los oscuros auspicios de su nacimiento, es un ser destinado a la tristeza, una vida fracasada antes de comenzar a caminar y hablar. Le espera la maquinaria del Estado, la miseria de un trabajo rutinario y esclavo (al que se entrega con pasión, si es que a Akaki Akákievich se le puede atribuir alguna pasión). Poco le dura la alegría a esta criatura, el mismo día que lo estrena, después de acudir a una fiesta (es muy tímido) unos desconocidos le roban el abrigo en la calle. Akaki Akákievich se desmorona. Vuelve muerto de frío al cuartucho donde vive. Se presenta ante un "personaje importante" como dice Gogol, pues este personaje no tiene nombre, es sólo un "personaje importante". Suplica se hagan las diligencias oportunas para recuperar el abrigo, pero el "personaje importante" le contesta con brutalidad "¿no sabe usted con quién está hablando"? Estas palabras rematan su destino. Nuestro héroe cae en la desesperación, enferma por el rigor del clima y muere en el delirio. Dice Gogol: "Akaki Akákievich fue trasladado al cementerio y enterrado. Y San Petersburgo siguió existiendo sin Akaki Akákievich, como si éste nunca hubiera vivido allí. Sencillamente, desapareció un ser humano sin dejar rastro, un ser humano a quien nadie pensó en proteger, a quien nadie tenía afecto, en quien nadie pensó interesarse, que ni siquiera llamó la atención de un naturalista de esos que nunca dejan de clavar un alfiler en una mosca ordinaria para examinarla bajo el microscopio; un hombre que aguantó mansamente las burlas e insultos de los funcionarios de su departamento y que fue a la tumba a consecuencia de un estúpido accidente".
      Este maravilloso relato tiene una especie de epílogo fantástico. Gogol convierte al pobre copista en un fantasma que aterra a la ciudad, un fantasma que va robando abrigos y que se venga del "personaje importante" apareciéndose ante él y quitándole también el abrigo. La piedad y la simpatía de Gogol por su pobre héroe le otorgaron esta satisfacción póstuma. 
     Pero pensemos en un Akaki Akákievich que no se convirtiera en fantasma. Ya no creemos en esas cosas.