Urania

Urania, musa de la astronomía, es muchísimo más vieja que Clío, musa de la Historia. Urania es lo superlativo, lo inconcebible. Cada vez que aparece una noticia sobre algún descubrimiento astrofísico, si leemos con atención, la cabeza nos da vueltas de puro vértigo. Todo lo humano queda reducido a nada. Todo vanidad. Da lo mismo suicidarse que bostezar. Dijo Unamuno: "para el universo no soy nada, para mí todo". El universo de Unamuno era muy pequeño comparado con el que conocemos hoy. Seguirá siendo cada vez más inmenso, más superlativo, más inconcebible, más inhumano. Por una parte esta insignificancia nuestra produce melancolía, por otra es un alivio. Mientras hay salud y podemos arreglarnos es natural considerar nuestra importancia, hacer gimnasia, dejar el tabaco o protegernos de las insolaciones. Pero (poniéndonos en el caso extremo, dejamos aparte desengaños o contratiempos cotidianos)  si llega el momento grave de la muerte, si ella aparece en nuestro horizonte como una realidad inminente e ineluctable, creo que costará menos desaparecer -¿o tal vez no?- si se piensa con toda la fuerza de la imaginación en los miles de millones de galaxias y sus miles de millones de estrellas. En esas distancias inmensas, en esas energías miles de millones de millones de veces más potentes que la bomba atómica. Tampoco haría falta. Pensemos en Pascal. En el interior del hombre hay abismos. Imaginemos la eternidad y el infinito. Con todo gritamos, es natural, si nos quema una cerilla. Lloramos si nos deja un ser querido. Un orgasmo oscurece una supernova. Nada. Todo. Nada. Todo...

Un día de febrero

Molière, Giordano Bruno y Heine murieron el mismo día. Creo que la muerte es el acontecimiento más importante de la vida de un hombre. Montaigne pensaba lo mismo. Charles Péguy decía, si no recuerdo mal, que el hombre moderno ha banalizado lo último que le quedaba por banalizar: la muerte. Si no tiene remedio morir, tampoco lo tuvo nacer. Nacemos porque sí, nos encontramos siendo. Mientras haya hombres habrá filosofía. El hombre se pregunta por el ser de las cosas.    
      Bien, vuelvo al principio. En este día de febrero murieron esos tres personajes de las letras. 51 años, Molière; 52 años, Giordano Bruno; 58 años, Heine. Muy jóvenes los tres, para nuestra época. No habrían alcanzado la edad de jubilación. La historia pasa atropelladamente sobre sus propias ruinas. Bruno fue quemado vivo, Molière murió dando una función de "El enfermo imaginanio" y Heine después de pasar los últimos años, en la tristeza del exilio, postrado en la cama. En su "cripta de colchones" como él mismo la llamaba con su ácido humor. 
      Aquí seguimos viviendo -y me parece muy bien- a pesar de tantas cosas horribles como suceden. (De esto sé bastante, por desgracia. Hay tragedias de un nihilismo perfecto que aniquilan la importancia de nuestra vida). Una noticia relata que hace unos días una niña de 7 años fue torturada y asesinada en México DF. Se encontaron sus restos en la basura. Ni el mismo Lucifer sería tan perverso, tan monstruoso. (No seamos ingenuos, estas aberraciones suceden mucho más a menudo, pero no las llegamos a conocer). A la inmensa mayoría de los hombres este crimen les repugna. A quien sea indiferente o no le conmueva esa atrocidad es que está deshumanizado. Vivimos en un mundo extremadamente cruel. Quizá ya nos estamos acostumbrando (o resignando) a vivir en este infierno. ¿A cuál de los tres reinos de la Divina Comedia se parece más la historia? ¿Qué significa el adjetivo dantesco? ¿Y por qué la pesadilla de Orwell tiene tanto interés? El genio literario de Orwell radica en mostrarnos la perversidad de un sistema político. Por desgracia, su distopía de odio es más vigente que nunca.
        El hombre contemporáneo ha dejado de preguntarse por el problema del Mal. No es que ese problema no exista, es que no lo ve. Comparado con épocas pretéritas el hombre actual es un enano. El desarrollo armónico de la personalidad, aquel ideal de Schiller y Humboldt, es absolutamente imposible en nuestra época de masas. El bulldozer empujando montañas de cadáveres esqueléticos y desnudos en Bergen-Belsen... No me importa saber cuántos exoplanetas existen si en la Tierra suceden abominaciones como la tortura y asesinato de un niño. 
       Para Platón, San Agustín o Santo Tomás de Aquino el ser es por naturaleza bueno. Schopenhauer y Leopardi, como es sabido, defendían lo contrario. Heidegger se pregunta, ¿por qué hay ser y no más bien nada?  Si hay "ser", ¿por qué es así?

Acuario

El acuario de la ciudad costera. En grandes y pequeños tanques de agua nadan o se deslizan o están quietos -éstos causan inquietud- peces, cnidarios, crustáceos, tortugas: criaturas del agua. Silenciosas, mudas, vistas a través del grueso cristal se deforman según se cambia el ángulo de visión. Salvo para las estrellas de mar, corales y otras criaturas  aplastadas contra el fondo su espacio es tridimensional. Tal como vuelan las aves, nadan los peces. Leo que el ecosistema más rico del mundo es el arrecife de coral del Pacífico. Un error del Cristianismo es sostener que todas las criaturas fueron creadas por Dios para provecho y disfrute del Hombre. Ninguna de esas especies nos necesita. Algunas son bellísimas por su colorido y su forma. Nada hay más delicado que un caballito de mar. ¿Cuántas otras criaturas extravagantes y maravillosas existieron o existen todavía de las que no tendremos noticia? Qué animal tan extraño es el hombre.