Un día de febrero

Molière, Giordano Bruno y Heine murieron el mismo día. Creo que la muerte es el acontecimiento más importante de la vida de un hombre. Montaigne pensaba lo mismo. Charles Péguy decía, si no recuerdo mal, que el hombre moderno ha banalizado lo último que le quedaba por banalizar: la muerte. Si no tiene remedio morir, tampoco lo tuvo nacer. Nacemos porque sí, nos encontramos siendo. Mientras haya hombres habrá filosofía. El hombre se pregunta por el ser de las cosas.    
      Bien, vuelvo al principio. En este día de febrero murieron esos tres personajes de las letras. 51 años, Molière; 52 años, Giordano Bruno; 58 años, Heine. Muy jóvenes los tres, para nuestra época. No habrían alcanzado la edad de jubilación. La historia pasa atropelladamente sobre sus propias ruinas. Bruno fue quemado vivo, Molière murió dando una función de "El enfermo imaginanio" y Heine después de pasar los últimos años, en la tristeza del exilio, postrado en la cama. En su "cripta de colchones" como él mismo la llamaba con su ácido humor. 
      Aquí seguimos viviendo -y me parece muy bien- a pesar de tantas cosas horribles como suceden. (De esto sé bastante, por desgracia. Hay tragedias de un nihilismo perfecto que aniquilan la importancia de nuestra vida). Una noticia relata que hace unos días una niña de 7 años fue torturada y asesinada en México DF. Se encontaron sus restos en la basura. Ni el mismo Lucifer sería tan perverso, tan monstruoso. (No seamos ingenuos, estas aberraciones suceden mucho más a menudo, pero no las llegamos a conocer). A la inmensa mayoría de los hombres este crimen les repugna. A quien sea indiferente o no le conmueva esa atrocidad es que está deshumanizado. Vivimos en un mundo extremadamente cruel. Quizá ya nos estamos acostumbrando (o resignando) a vivir en este infierno. ¿A cuál de los tres reinos de la Divina Comedia se parece más la historia? ¿Qué significa el adjetivo dantesco? ¿Y por qué la pesadilla de Orwell tiene tanto interés? El genio literario de Orwell radica en mostrarnos la perversidad de un sistema político. Por desgracia, su distopía de odio es más vigente que nunca.
        El hombre contemporáneo ha dejado de preguntarse por el problema del Mal. No es que ese problema no exista, es que no lo ve. Comparado con épocas pretéritas el hombre actual es un enano. El desarrollo armónico de la personalidad, aquel ideal de Schiller y Humboldt, es absolutamente imposible en nuestra época de masas. El bulldozer empujando montañas de cadáveres esqueléticos y desnudos en Bergen-Belsen... No me importa saber cuántos exoplanetas existen si en la Tierra suceden abominaciones como la tortura y asesinato de un niño. 
       Para Platón, San Agustín o Santo Tomás de Aquino el ser es por naturaleza bueno. Schopenhauer y Leopardi, como es sabido, defendían lo contrario. Heidegger se pregunta, ¿por qué hay ser y no más bien nada?  Si hay "ser", ¿por qué es así?

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