Un par de pobres, oscuras antorchas que la tormenta
y la lluvia amenazan apagar en cualquier momento.
Un tembloroso paño cubre el ataúd. Vulgar féretro de pino,
sin corona, ni la más mezquina, ningún acompañante.
Como si se llevara rápido a la tumba a un sacrilegio.
Los porteadores se apresuraron. Sólo un desconocido
con un abrigo que se doblaba en amplios y nobles pliegues
siguió el ataúd que era el del genio de la Humanidad.
Conrad Ferdinand Meyer describe secamente el entierro de Schiller. Podría imaginarse un funeral importante. No fue así. De furtivo que fue podría decirse que "no lo acompañó ningún sacerdote".
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