En el museo de Anatomía de la facultad de Medicina de Oviedo, en la novena planta, se exponen en vitrinas, dentro de frascos de formol, embriones y fetos malogrados. Semillas que no llegaron a realizarse, muertos antes de nacer, se exponen en la embrioteca. Criaturas anónimas, formas que la naturaleza rechazó. No conocieron la luz, ni las pasiones, ni el lenguaje. Se quedaron a medio hacer en el dulce claustro materno. La naturaleza es una gran derrochadora de vidas. Acerco la cara a una de estas criaturas abortivas y le susurro: "fuiste listo, no quisiste venir al mundo, ya sabías los males que la vida te preparaba". Lessing, el ilustrado alemán, le dijo algo así al hijo que nació muerto.
Qué fastidio nacer, ¿verdad? Crecer, socializarse, exprimirse entre congéneres, apretujarse en la multitud. Pocos amigos. Muchas facturas. Pocos recursos. Muchas tentaciones. Como dijo Luis Cernuda: "por todas partes el hombre mismo es el estorbo peor para su destino de hombre".
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