La estatua y la nena

En Moscú en 1880 se inaugura el monumento a Pushkin. En aquel acto participaron Turgeniev y Dostoievski. Pasaron los inviernos rusos y la alegre primavera, que en Rusia se disfruta especialmente. En 1902 una niñera lleva a su pequeño y a los amigos de paseo por los parques de Moscú. Entre ellos está una niña gordita y fantasiosa. Cada día caminan hasta la estatua. Con la costumbre la "estatua de Pushkin" se convierte en la medida del espacio -una versta- de esta niña (eso dirá años más tarde). Ese gigante negro de granito obsesiona a la nena que se llama Marina, Marina Tsvetáeva. Lo cuenta en "Mi Pushkin" esta poeta rusa. Qué importante puede ser para la fantasía y el desarrollo posterior de un niño un monumento: una estatua, un bello edificio, un parque. Este breve texto de la poeta rusa es, en mi opinión, uno de los homenajes más emocionantes que se han tributado a un poeta. La veneración de Tsvetáeva por Pushkin es congénita. Ella era poeta y lo entendía. Ahora estamos nivelados y nadie se alza, por su genio artístico, científico o literario, sobre un pedestal. Viena, Berlín, Weimar, Stuttgart tienen estatuas de Schiller, el clásico (a sus pies Goebbels dejaba ofrendas florales como a poeta nacional). No hay estatuas de bronce de Joseph Roth. ¿Erigir una estatua a un alcohólico? Maiakovski murió a tiempo para que le erigieran estatuas. ¿Erigir una estatua a un suicida? Pushkin murió en un duelo, como se sabe. Los adversarios fueron "cualquiera" y "el único" así dice Tsvetáeva.

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