Las luces de las farolas, los escaparates y las luces de Navidad nos encierran en una burbuja. Arriba, en todas direcciones, un universo cada vez más inhumano y hostil. Ni siquiera los marcianos nos invadirán, porque nada nos conoce en esas inconcebibles distancias. Algo mucho más extraño que un marciano es un agujero negro, y está demostrado que existen esos ornitorrincos cósmicos. Hemos nacido para lo pequeño, aunque de vez en cuando realicemos descubrimientos asombrosos. A pocas horas de vuelo de aquí está el horror de Gaza, la guerra civil de Siria, la guerra de Ucrania, la de Sudán y tantos otros conflictos menos conocidos. En este mundo cada vez más interconectado todo repercute en todas partes. Hay demasiadas partes muy dañadas como para que no se note en alguna parte. Pero la vida es tenaz y aún a través de crímenes contra la humanidad, genocidios, catástrofes, pandemias, sigue abriéndose camino. Hace unos días vimos la película "Heinrich" de Helma Sanders-Brahms. Película desconocida para el público de habla hispana sobre la vida del poeta alemán Heinrich von Kleist. Se le llama poeta aunque era escritor de relatos y de obras de teatros. No se le conoce por sus poemas. Las tragedias caen en el olvido. Queda la mecánica social, un vivir que no vive lleno de automatismos.
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