Generaciones perdidas

"Hemos vivido situaciones parecidas y aún mucho peores", nos dicen los muertos sin sepultura, la masa olvidada, anónima de la humanidad. Iba a escribir Humanidad, pero la veo un poco encogida. Seamos modestos en la ortografía. Ellos, que vivieron el sitio de Constantinopla, el de Jerusalén, la destrucción de Cartago, la liquidación del ghetto de Varsovia. La lista sería interminable. No hablan en los diarios, no dan su opinión. Callan obstinadamente. Están más allá del lenguaje. Simone Weil dice en su libro póstumo "L'enracinement" que está de candente actualidad, porque si de algo adolece el hombre de hoy es de falta de raíces: "L'histoire est un tissu de basseses et de cruautés où quelques gouttes de pureté brillent de loin en loin" La intransigencia moral de Simone Weil es impresionante. Que no era una pose lo demuestra su prematura muerte. Simone fue capaz de escribir: "nous ne sommes innocents d'aucun des crimes de Hitler" Hay que tener un coraje inmenso para reconocer eso siendo judía como era, en plena guerra y sin conocer el resultado de aquella contienda espantosa. No vivió para ver el final del nazismo. Henos ahora (en este perpetuo ahora) a los vivos del año 2020 hundidos en una catástrofe mundial, por obra y gracia de un ser ultramicroscópico que está entre lo vivo y lo inerte. Ante un virus, obra perfecta de economía de la naturaleza, hay que quitarse el sombrero, aunque no se pueda dialogar con él. Un ser que ni es criatura ni cristal basta para desbaratarnos y convertir nuestra vida cotidiana en una pesadilla. Qué lástima: apagados los incendios, borrados los rostros, allanadas las montañas, nada nos dicen los veteranos que pasaron por este valle de lágrimas; nada nos dicen esas miles de generaciones perdidas de verdugos y víctimas anuladas por el olvido. ¿Nada? Tucídides ha llegado hasta nosotros. Atenas es cualquier ciudad. 

Ausente-presente y viceversa

A última hora y sin entrada (ignoraba que fuera necesaria) pude ir al acto de Anne Carson, poeta y ensayista ganadora del premio Princesa de Asturias de las Letras, 2020. La pandemia desluce también la semana de los premios. La vida tal como la conocíamos antes del confinamiento está en paradero desconocido. Anne Carson estuvo ante el público a través de videoconferencia en pantalla gigante. En ese momento se encontraba en Islandia, en la Ultima Thule que dirían los antiguos. En un momento dado su traductor, presente en el escenario, le preguntó (la charla fue en inglés) si veía al público, si nos veía. Cada uno de nosotros llevaba puesta la mascarilla y ocupaba un asiento a unos tres metros de distancia del vecino. "Veo sombras" dijo. Pensaría en el mito de la caverna de Platón, sin duda. Y saludó a la cámara.

Monstruos

Un monstruo presupone una forma: sólo existen monstruos donde existe la idea de algo. Una idea de la que el monstruo es la deformación. Por eso nos imaginamos los extraterrestres como humanos deformes. Los zombis son también eso. Un monstruo sólo existe en relación a algo que conocemos. Por ejemplo: un centauro es un monstruo, pero es la combinación de hombre y caballo. Es imposible concebir un monstruo sin que la imaginación no tenga los elementos suficientes para crearlo. Por eso la muerte no es monstruosa, ya que es algo que está totalmente fuera de nuestro alcance. Y después de esta cavilación va la pregunta: ¿nos estará convirtiendo la pandemia en monstruos? Es algo exagerada la pregunta. Pero, ¿y si no fuera exagerada? 

Son los mejores

Me llaman la atención los niños. Será que me hago mayor. Hoy, paseando por la calle ("paseando sola en mi ciudad yo sentí etc" que cantaba aquella mujer peruana) sentí un alboroto. Eran cuatro niños en un lado de la plaza. Me pregunté a qué venían esos gritos. La escena era alucinante: un hombre con la mascarilla puesta estaba en la ventana de un tercer piso limpiando con una escoba la pared de la fachada así que caían "puvisas" que se dice en Asturias, motas de polvo. Los gritos de aquellos nenos, dos niños y dos niñas, eran por ver quién recogía esos corpúsculos ingrávidos. Ay, la gravedad. La gravedad y la desgracia, por recordar a Simone Weil.