La advertencia de Brecht

La memoria de la Humanidad para los sufrimientos pasados es sorprendentemente corta. La imaginación para los sufrimientos venideros es casi menor aún. Esa insensibilidad es lo que tenemos que combatir. Pues la Humanidad está amenazada por guerras frente a las cuales las pasadas son como miserables ensayos y éstas llegarán sin duda alguna si a los que públicamente las preparan no se les cortan las manos. 

Estas líneas pertenecen a un poema de Bertolt Brecht del año 1952. Fueron escritas en la Guerra Fría, en pleno terror atómico. Hoy esa amenaza parece adormecida, y las palabras de Brecht, esa advertencia, cobran un fuerte sentido. Por desgracia los muertos no pueden levantarse y avisarnos: "no hagáis eso". Si descuidamos la educación, si nos embrutecemos con el ruido de la actualidad, si la sed del dinero lo puede todo, estaremos preparando el camino a próximos desastres. Vemos que la desigualdad social aumenta a un ritmo preocupante y de eso no puede salir nada bueno. La pandemia, el azote de la peste, abre aún más ese abismo. Veo políticos, hombres de poder, tan necios que se preocupan por cuestiones menores, como si quisieran curar un rasguño en un cuerpo invadido por el cáncer, cuando no persiguen sus propios intereses. No tenemos buenos gobernantes y esto lo vamos a pagar. Un ejemplo: no hace mucho el ministro español de transportes se alojó en un hotel de cinco estrellas después de visitar a los inmigrantes que llegan a Canarias. Da igual que se lo pagara con su propio dinero. Muy rápido pasó de la horrenda miseria al lujo. Es evidente que su visita fue puro teatro. Es indecente hacer eso.                          

Es bien cierto lo que dice Brecht: la memoria de la Humanidad para los sufrimientos pasados es sorprendentemente corta. Con los años deberíamos hacernos sabios. En este mundo suceden desgracias que no podemos olvidar. Quizá la mascarilla nos refresque la memoria. ¿Aprenderemos algo? Yo lo dudo. Todo indica lo contrario. 


Expectativas al mínimo

Vivimos unas transformaciones sociales profundas y vertiginosas que el virus ha acelerado. Esas dinámicas monstruosas ya estaban en marcha: revolución digital, despersonalización, disgregación social.  Me gusta jugar a la sociología. Desde que se declaró el estado de alarma, cuántos puentes se han roto. Nos hemos vuelto fantasmales: si visibles, a través de una pantalla; en lo demás, ausentes o remotos. ¿Dónde se fue la vida? Ahora nos toca este extraño período de latencia, la vida social está en suspenso. Viejos amigos a los que ya no vemos desde hace meses, aquella confianza perdida. De nada sirve la nostalgia, pero es humano recordar ahora como un sueño lo que era el mundo antes de febrero del 2020. Cada uno en su casa e Internet en la de todos. Este tiempo de latencia es tiempo que no regresará. Envejecemos en él. Quizá tengamos que escribir un paréntesis en nuestras biografías. Lo siento por los jóvenes, tienen que sacrificarse. Distancia, no fiestas. Mascarillas, no besos. Asépticos espacios públicos, cerrados lugares de ocio. No les han tocado buenos tiempos. Ni a nosotros tampoco. Muchos caminos truncados, muchas oportunidades perdidas: en el trabajo, en el amor, en la aventura. Gracias si no enfermamos ni enferman nuestros seres queridos. Gracias si no caemos en la ruina. Quisiera ver el mar y pasear por Guadalajara. Sería fabuloso. Gracias si no morimos. 

¿Hay que embrutecerse?

Salir a tomar el aire a la hora del café cotidiano. Pasear junto al río. Llevar en unas hojas un ensayo de Schiller sobre lo sublime. Abstraerse de la mecánica realidad, del medio pobre. Tienes media hora para eso. Mientras tanto corren las aguas y las horas cada vez más aprisa. Las velas apagadas del poema de Cavafis son cada vez más. Volver a la orilla del mar, mirarlo con atención dispersa. El mar siempre se mira por primera vez. Un paseo por la playa para limpiar la mente de estupidez y resentimiento. El mar es un trasunto del infinito en el cual el ego se anega. No dejar de pensar, no abandonarse a la inercia. Aunque el ambiente sea hostil o indiferente. Esto es muy difícil. De niños o de jóvenes ser inteligentes parece un regalo de la próvida naturaleza. En la edad madura es una obligación. Pascal dijo: "hay que embrutecerse" No sé qué quiso decir con eso.