Apuntes

"Si el paraíso terrenal existe en algún lado no puede estar muy lejos de aquí" escribió Zweig refiriéndose a Brasil. ¿A dónde tendría que irse hoy el bueno de Stefan Zweig para decir eso? Bolsonaro for President. Si hoy viviera Zweig tal vez hiciera el viaje de vuelta a Alemania, aunque me parece poco probable.

Sabiduría de los expertos en educación, pedagogía, psicología y otras artes de bien vivir. Dice el titular de una charla que ofrece uno de estos elementos: "merece la pena vivir la vida con aventura, con entusiasmo y con pasión". Nada que objetar. Suena de maravilla. Esto aparece en un espacio que patrocina, que paga, un banco, en un diario digital. El neoliberalismo llega a confundirse con Confucio. Qué sutil y astuto es. Como somos crédulos nos bajamos los pantalones y dejamos que penetre tal sabiduría por la vía rectal. 

En este mismo diario veo una noticia que dice: "la historia de la mujer que se jugaba la vida por Hitler tres veces al día". Supongo que sería una antes de desayunar, otra en la comida y otra a la cena. 

Un sueño: Thomas Bernhard tira por la ventana el contrato con su editor envuelto en un sobre.

Responsabilidad

En el corazón del hombre  (esto no lo conocen los niños ni los inocentes, los infelices, en el mejor sentido de la palabra) se libra una batalla entre el Bien y el Mal. ¿Sabemos por instinto o por educación cuál es cuál? En tiempos más o menos felices y de abundancia esta batalla permanece oculta; en tiempos difíciles no hay forma de eludirla. Si vivimos en un estado totalitario el dilema moral es continuo: ¿delataré a mi vecino? ¿Denuncio a mi padre? Siendo delator me recompensarán. Si me niego, me convierto en un traidor. ¿Admito ser instrumento de un poder arbitrario y cruel? ¿Odebezco las leyes si son injustas? Si la situación es desesperada, ¿doy mi trozo de pan a alguien que se muere de hambre? Eso no lo conocemos: no hemos llegado a esa degradación. No estamos en la Alemania nazi, ni en la Italia fascista, ni en la URSS de Stalin, ni en la Argentina de Videla. Son situaciones extremas, desde luego. En esos infiernos han vivido millones de personas. ¿Podemos elegir? Si nos ponen un arma en la mano y nos ordenan disparar a alguien indefenso, ¿apretaremos el gatillo? Brecht, que sabía de estas cosas, dijo con mucho acierto: "desdichado el país que necesita héroes". Un héroe puede ser, sencillamente, alguien que, contra la mayoría, dice: "no, esto no lo hago". Y asume las consecuencias.

Museo

Se les coge cariño a los museos. El de Bellas Artes de Asturias, en Oviedo, es estupendo. Uno de esos museos provincianos bien surtidos y muy tranquilos, donde todavía puede uno quedarse largo rato contemplando un cuadro en una sala vacía. La gente no agobia. Para mirar un cuadro se necesita calma, creo yo. No hace mucho me detuve un momento frente al cuadro de Eduardo Arroyo "Toda la ciudad habla de ello" . Un cuadro de grandes dimensiones. Es una escena nocturna, con una especie de gánster enano en primer plano, mirando al frente. Pensé en las superficies lisas del cuadro, en el dibujo de las caras. Cuando volví de la visita me enteré de que su autor había muerto ese mismo día unas dos horas antes de que yo mirara su cuadro. Los hombres pasan, pero las obras quedan. Si vamos más lejos también las obras perecerán, pero, en todo caso, duran más que sus creadores. Me conforta mirar pinturas antiguas, esas pinturas cuya mano ha desaparecido hace mucho tiempo. Paisajes, retratos, bodegones. En todo buen cuadro o escultura permanece una vibración que el tiempo no puede consumir. No importa que el artista sea poco conocido (no es Goya o Velázquez). Hay obras de gran mérito que no gozan de reputación ni prestigio. Son obras olvidadas y quizá por eso tengan más encanto. En este museo de Bellas Artes de Asturias hay muchas así, de pintores o escultores regionales del XVIII, del XIX y del XX. Ciertamente, prefiero ver tranquilo un buen cuadro de autor desconocido en este museo provinciano que hacer cola de cinco horas en el Louvre para ver de refilón, a distancia, entre empujones y ruido, a la Gioconda. La masificación echa a perder la intimidad que se requiere para admirarla.